miércoles, 20 de febrero de 2013

Django: La esclavitud revisitada (2)

En una entrada anterior dí cuenta de algunas de las polémicas que despertaron, en EEUU, las películas Django (Tarantino) y Lincoln (Spielberg), como visiones de la esclavitud realizadas por "hombres blancos privilegiados". Esto no necesariamente las invalidaba, sino que resaltaba la oportunidad de ampliar un debate social sobre un tema espinoso, de manera mucho más masiva que la que posibilitan las visiones académicas...
Aquí reproduzco un interesante texto de la escritora e investigadora local Márgara Averbach publicado en Ñ, que examina el cruce de géneros narrativos norteamericanos que la película de Tarantino hace posible....

Django y su mentor: foto de la película


Revista Ñ, 19 de febrero de 2013
La otra Historia de Estados Unidos
A causa de los artículos sobre “Django sin cadenas” –publicados en Ñ del 2 de febrero–, la autora de esta nota agrega que esta película es un western que presenta de manera compleja la cultura, la política y la sociedad de EE.UU.
por Márgara Averbach

Es un western Django sin cadenas? Sí y no. En un análisis genérico cuidadoso, la película de Quentin Tarantino es muy difícil de clasificar. Pero ese tipo de análisis puede decir mucho sobre lo último del director estadounidense.
Tarantino, que siempre jugó con los géneros, no filma un western limpio, empezando por el hecho de que elige como modelo no los westerns originales sino los “spaghetti westerns”. Por otra parte, no se limita a copiar el ritual (todos los géneros populares, en cine y literatura, son rituales que exigen la repetición de ciertos elementos): al contrario, toma el rito del “Oeste” y lo retuerce, se burla de sus límites, lo desafía, lo combina con otras estructuras narrativas. Con ese método, cuenta una historia mestiza: cómica y terrible, su historia es un remolino de géneros y tiene rasgos tanto posmodernos (la mezcla y la tendencia a lo lúdico, por ejemplo) como modernos (la seriedad y el interés por contar desde una perspectiva política).
El western clásico tiene fronteras geográficas y temporales firmes. Tarantino las subvierte sin renunciar a una ambientación emparentada con el género (aquí hay pistoleros, caballos, cazadores de recompensas, cantinas, balaceras). En cuanto a lo temporal, los westerns transcurren en un tiempo mítico (vago) entre el final de la Guerra Civil (1865) y el “cierre de la frontera” (1890) o en algunos casos y según algunos académicos, el comienzo del siglo XX. Django, en cambio, fija una fecha exacta, no vaga, 1858, anterior al enfrentamiento Norte/Sur. Y en cuanto al espacio, y esto es todavía más importante, la película no crece sobre una tensión Este/Oeste, como los clásicos, sino Oeste/Sur. Ese cambio traslada la historia a un universo completamente diferente de las praderas: el de las plantaciones esclavistas.

Django y el dueño de la plantación. Foto de la película

A su vez, el Sur literario y cinematográfico de los blancos prefiere otros géneros populares: la novela de terror gótico y el melodrama, ambos muy presentes en la obra de los escritores sureños (William Faulkner, entre otros) y en algunas películas que defienden esa cultura (Lo que el viento se llevó es la más famosa). En algún sentido, podría leerse esta película como un enfrentamiento entre los géneros sureños y el western (acompañado por un género no blanco, que quiero citar al final). Hay que recordar que el western es el género básico de la cultura blanca norteña (yanqui) así que tiene sentido que sea ese género el que triunfe al final, como triunfó el Norte en la Guerra Civil.
El héroe (Jamie Foxx) aparece primero como esclavo negro (sureño), después se educa como héroe del Oeste con las enseñanzas del cazador de recompensas alemán (Christopher Waltz) y finalmente vuelve al Sur y enfrenta al Mal, del cual, de alguna forma, había escapado. En ese sentido, es un héroe del western trasladado a otra geografía.

Django y su mujer. Foto de la película

Pero es un héroe del Oeste con identidad mestiza. Como en los westerns clásicos, Django es hombre, bueno con las armas, violento, muy valiente, capaz de crueldad si hace falta y absolutamente excepcional (“El chico tiene talento natural”, dice el alemán). Pero es negro (desde Fenimore Cooper, primer autor literario del género, los héroes del western clásico fueron siempre blancos muy orgullosos de su raza) y está casado con una mujer que quiere recuperar. Esas dos características lo apartan del género y alejan a la narración de su canto típico al individuo totalmente solo, heroico, antisocial. Django no es un “outlaw” (fuera de la ley), como el héroe clásico. Por el contrario, al comienzo se apoya en la autoridad del estado como cazador de recompensas. Se convierte en “outlaw” cuando llega al Sur, donde la ley defiende la esclavitud. La mujer que, en el western clásico, representa la opresión social que el héroe rechaza, su enemiga, aquí está viva y esperándolo. El no es el “eterno adolescente” que dicen los críticos sino un adulto admirable.
Todas esas diferencias surgen sobre todo cuando la historia pasa al Sur. En ese momento, Tarantino utiliza recursos que se originan en géneros populares típicos de esa región. Hay melodrama en las insinuaciones de incesto entre Candy (Di Caprio), y su hermana; y en el relato sobre las dificultades, separaciones y sufrimientos de los enamorados Django y Brunilda, aunque ese relato aquí está politizado porque los obstáculos están relacionados con una institución legal, la esclavitud. Hay gótico cuando se describe el Mal: el látigo, la sangre, la tortura, el placer del malvado demoníaco (primero Don Johnson, después Di Caprio) en el sufrimiento de sus enemigos. Pero Tarantino tiene una postura política y por eso filtra esos dos géneros blancos (melodrama y gótico) a través de un tercero: las “slave narratives”, un género popular en el Norte estadounidense del siglo XIX. Los esclavos fugitivos, autores de esas memorias, se apropiaban de los géneros melodrama y gótico y los daban vuelta para pintar el horror de lo que habían vivido desde su propio punto de vista, opuesto al del blanco.
La historia de Django es una “slave narrative” (su protagonista es un esclavo rebelde) cruzada con un western para contar la época terrible en la que los Estados Unidos llevaban a cabo los dos actos racistas que, según el historiador Howard Zinn, marcaron la identidad de ese país: el genocidio de las tribus amerindias en el Oeste y, en el Sur, la esclavitud aplicada a los afrodescendientes. Así, el western, un género blanco y norteño y la “slave narrative” (el gran género negro del XIX) triunfan sobre la visión sureña del mundo, representada por el melodrama y el gótico.
Pero ese triunfo tampoco es simple. En su libro La otra historia de los Estados Unidos, Zinn describe el camino de los negros en su país con estas palabras: “esclavitud sin sumisión, emancipación sin libertad”. El problema de los negros contemporáneos, dice, nace después de la Guerra Civil porque la Emancipación no les dio verdadera libertad: les negó las tierras que necesitaban para subsistir. La película de Tarantino es inolvidable y sorprendente porque mediante un juego posmoderno con los géneros (que incluye al humor, al que no me referí en esta nota), cuenta la idea de Zinn como narración. Es por eso –porque la injusticia está ahí hoy–, que, antes del final, el personaje del negro sumiso (Samuel Jackson) advierte a Django que el triunfo es provisorio, que, a pesar de la libertad, nada ha terminado. Que el poder seguirá en las mismas manos.

Agradezco a Sergio Visacovsky
Sobre "slave narratives" (en inglés) ver:
Fuente de la nota: