jueves, 7 de junio de 2012

Dr. House plays the blues..

Este fin de semana el Dr. House (Hugh Laurie) toca blues en el Luna Park. Lamentaré no verlo -el disco me pareció muy bueno.
Ya subí a este blog en otra oportunidad parte de estas declaraciones, pero acá va el texto (casi) completo.
Me parece sumamente interesante porque el mismo dilema enfrentan, diariamente, miles de argentinxs blancxs de clase media que eligieron practicar candombe, capoeira, danza afro -en muchos casos dedicando su vida a estas artes. Lo mismo vale para las religiones de origen afro, claro...
Cuestionamientos basados en pertenencias de "raza", clase, nacionalidad son comunes.
"¿Por qué lo haces? -si no sos x, y, o z?". 
Porque me gusta. Porque no puedo vivir sin ello...




Suplemento Radar, Página 12, domingo 3 de junio de 2012
Un inglés en Nueva Orleáns
Por Hugh Laurie

Nunca tuve, nunca compré música pop. Nunca me gustaron las bandas que mis compañeros escuchaban en la escuela. (…) No recuerdo dónde estaba cuando escuché que John Lennon había sido asesinado, pero sí recuerdo dónde estaba cuando murió Muddy Waters. Estaba manejando por la autopista A1 hacia Lincolnshire y tuve una reacción horrible, egoísta. Pensé: nunca voy a verlo tocar.
Con el blues sentí que era algo muy lejano a mi experiencia. La primera vez que escuché blues no entendí mucho de qué se trataba, pero me hacían sentir de una manera especial, como ninguna otra cosa. Supongo que, al venir de una familia presbiteriana, entendía cierto valor de sufrimiento y escasez que tenía un grado de nobleza. Posiblemente me atrajo una música que tenía que ver con la falta y con la pérdida, aunque yo nunca experimenté eso en mi vida. Pero estoy tratando de racionalizar algo que no es racional. Sencillamente lo que sucedió fue que el blues me erizó la piel, me paró los pelos de la nuca. Para mí es música que expresa todas las emociones humanas posibles. Me hace reír, me hace llorar. Y puede ser muy ingeniosa. Y muy sensual. Puede ser gozosa, alegre y también melancólica y terriblemente triste. Me alucina la gente a la que no le gusta el blues. No puedo creer que la gente no esté escuchando a Leadbelly y James Booker todo el tiempo. El primer blues que escuché fue de Willie Dixon. Yo iba en el auto con mi hermano, debía tener 11 años. Cambió todo. Dejé mis clases de piano a pesar de que mi madre enloqueció. Hice una huelga de hambre de tres días porque sencillamente no quise seguir aprendiendo música clásica: la profesora se la pasaba diciendo “no vamos a tocar esto, es un negro spiritual”. Era lo único que yo quería tocar. Solamente me reconfortaba tocar “Swannee River”, lo más parecido a un blues que me enseñaban. Esa batalla la gané. Tres días sin comer y logré no tomar más clases. Otra decepción para mi madre, que entonces decidió mandarme pupilo.


El elemento central de todo este proyecto es mi genuino amor por esta música y mi deseo de comunicar este amor y esta música a otra gente. (…)  Esto no es turismo. Si es honesto no puede ser malo.
No nací en Alabama a fines del siglo XIX, nunca comí grits, ni trabajé en los campos de algodón ni manejé un boxcar. Ninguna mujer gitana le dijo a mi madre, antes de que yo naciera, que me perseguirían perros del infierno. Quiero, también, que este disco muestre que soy un inglés blanco de clase media alta que está entrando sin permiso en la música y el mito del sur americano. La pregunta sobre por qué un chico de manos flojas y de escuela pública británica se emociona con música nacida de la opresión y la esclavitud en otra ciudad, otro continente y otro siglo es algo que otros deben responder: desde Alexis Korner hasta Clapton, de los Rolling Stones a Jools Holland. Digamos que sucede.
(…) Si a alguien les importan la genealogía y el origen, debe ir a buscar a otro lado. Yo no tengo nada de calibre. Solamente amo el blues.
Y amo Nueva Orleáns. Es una ciudad que la pasó muy mal en toda su historia, no sólo en los últimos años después de Katrina. Sufrió todo tipo de tragedias. Y en la ciudad se respira una sensación muy mundana y una resignación a la dura realidad de la vida en la ciudad. Y la sensación de que sólo vivimos un período corto y que, por eso, debemos pasarla bien. Los Angeles es exactamente lo opuesto. Es un lugar donde la gente espera poder vivir 500 años y se perturba muchísimo cuando se dan cuenta de que no será así. Todos quieren ser eternamente jóvenes y hermosos. (…)