viernes, 4 de mayo de 2012

Visibilización de los afroargentinos (2)

Celebrando la aparición de la segunda edición del libro "Literatura oral y escrita afroargentina" recopilada por el Lic. Pablo Cirio -originalmente editado por el INADI (2007), y ahora por una editorial alemana- transcribo un bello poema de autoría afroargentina que aparece en la página 50 de la primera versión.

(facsímil de las págs. 50 y 51)
En otras entradas de este blog ya anoticiamos de la presentación del libro "Los claroscuros del mestizaje" de la historiadora Florencia Guzmán. Como uno de los mejores libros sobre la temática, tiene derecho a varias presentaciones (hasta ahora, en Catamarca, en Buenos Aires en el Museo Histórico Nacional, y ahora en la Feria del Libro). Referencia inevitable..


Diario El Esquiú (Catamarca), jueves 3 de mayo de 2012
Los claroscuros del mestizaje
El libro de Florencia Guzmán que refleja la historia de negros, indios y castas en la Catamarca colonial

Florencia Guzmán, es una historiadora catamarqueña residente en Buenos Aires, que el viernes pasado presentó su libro "Los claroscuros del mestizaje", en el stand que tiene Catamarca en la 38º Feria Internacional del Libro.
El licenciado en letras Daniel Antoniotti perteneciente a la Academia Porteña del Lunfardo escribió una reseña sobre el libro.
Los claroscuros del mestizaje es una gran obra de Historia, escrita así, con “H” mayúscula, como corresponde cuando nos referimos a una disciplina científica, pero, del mismo modo, está constituida por pequeñas historias enhebradas que sostienen la consistente propuesta teórica de su versada autora al explorar diversas cuestiones del sistema social y económico de la Catamarca colonial.

Y a lo mejor y prejuiciosamente, utilizo la expresión pequeñas porque los personajes de esas pequeñas historias pertenecen a los sectores subalternos, como lo expresa Florencia Guzmán en su pulcra terminología académica. Otros dirían marginales, un adjetivo un poco gastado, otros, coloquialmente, el último orejón del tarro. Esto es así porque en Los claroscuros se reflejan las voces de los esclavos, y las de indios de encomienda, negros, mulatos, mestizos, zambos, pardos, y hasta de españoles sin “don”.

De ellos sabíamos por la mención de “los otros”, los que los traducían, los que los interpretaban, pero la autora –también una intérprete, es cierto- se esmera en rescatar sus voces de los archivos, de los expedientes judiciales, que también son mediaciones, no me llamo a engaño ni a idealizaciones. Sin embargo, el modo en el que llegamos a saber de esta gente sometida es, me parece, el más cercano que se puede lograr. Y en este punto, por un lado, corresponde destacar el mérito intelectual de Florencia Guzmán, sobre el que ya se expidió un jurado de doctorado de la Universidad de La Plata al aprobar con la nota máxima una tesis en la que se abordaba el tema de este libro; pero también, por otro lado, emerge el sentimiento de la investigadora que 200 o 250 años después de los acontecimientos sociales que se describen se acerca a esa misma Catamarca, en la que nació, vivió y a la que ahora regresa permanentemente.
Y creo que hay un alto índice de posibilidades de que en sus vueltas al pago, estando en esa geografía, se cruce, en las calles, en los caminos, en los senderos serranos, con los descendientes de los actores sociales que protagonizan sus pequeñas historias. Actores sociales, como la esclava Pascuala, de los que no se conoce un cuidado árbol genealógico que pueda acreditar fehacientemente ascendencia y descendencia, aunque por mérito de la investigadora podemos conocer aspectos cruciales de su vida, análogos, en buena medida, a las vidas de otros hombres y mujeres de su misma condición.
Si analizáramos oración por oración este texto nos encontraríamos, como corresponde, con una obra que puede subsumirse en la tipología clásica de la escritura científica, para ser más preciso en la de las ciencias sociales, aunque en la medida en la que se progresa en la lectura, el todo nos va indicando la pasión de la autora. Pasión, entre otras cosas porque, de los muchos soportes investigativos en los que se abreva, aquí se hace valer la obra de su padre, el historiador catamarqueño Gaspar Guzmán, embrión indiscutible de su vocación histórica. Es decir que a pesar de atenerse a la normativa del texto científico, al lector lo va rodeando una atmósfera afectiva intensa y profunda.
Dentro del campo de las ciencias sociales, Los claroscuros… se clasifica, sin discusión, dentro de los parámetros del discurso histórico, con remisiones a la antropología y a la etnografía, sin dejar de lado la relativamente novedosa disciplina de los “estudios de género”. Eso está muy claro. Pero este libro, como ya lo adelanté, puede ser atravesado por el meridiano de la teoría literaria, más concretamente, por las concepciones propias del análisis del relato. Desde una visión muy tradicional porque encontramos con un planteo, un nudo y un desenlace. Y no porque estemos ante una novela histórica ni ante historia novelada, sino porque se presenta una gran saga cuyos personajes principales son estos individuos de sectores postergados en aquella Catamarca del siglo XVIII: esclavos, indios, mestizos, mulatos.
En ese sentido, se puede hablar de un gran relato coral, conforme el vocabulario al uso de la crítica literaria y también cinematográfica. Coral porque como en los coros no hay un solista, sino que se encuentran muchas voces. Por supuesto que, como en los coros, se necesita de una batuta muy diestra y rigurosa para que el producto final no desentone, no sea desordenado. Esa batuta organizadora, en este caso, ha sido la de la doctora Guzmán.



Esta gran Historia, atravesada por pequeñas historias recolectadas en archivos, es fruto de una laboriosa investigación efectuada en expedientes judiciales coloniales, en registros parroquiales, en cartas de época. Ahí, tímidamente, aparece la voz del esclavo, la voz del sometido, diciendo lo suyo, respondiendo, y esto Guzmán lo subraya enfáticamente, a una estrategia. Estos actores sociales trataban de remediar su posición de extrema debilidad en la pirámide social con estrategias, tal vez modestas, pero algunas veces, al menos, eficaces.

Los modernos estudios sobre procesos de transculturación destacan que cuando se cruzan la cultura del poderoso y la del débil, no necesariamente se provoca la desaparición del más frágil, sino que hasta en la peor situación de dominio, se produce una negociación y en este libro se aprecia que es eso lo que hacen los sometidos a través de planes estratégicamente delineados, tal vez con más voluntad que intelecto.
En el modo de encarar la escritura de Los claroscuros del mestizaje se transparenta un aparato retórico argumentativo sólido, apoyado en un cotejo bibliográfico y documental apabullante, cuadros, estadísticas, comparaciones, en fin, la historiadora profesional que es Florencia Guzmán, en pleno. Y parte de su argumentación, como vengo destacando, la hallamos en los ejemplos, constituidos por las pequeñas historias ya aludidas, que resultan de particular elocuencia para convencer al lector respecto de estas estrategias negociadoras que desplegaba el débil frente al poder.
Así nos encontramos con una fuga romántica, con una vuelta de tuerca de culebrón. Es el caso de la esclava Cornelia que se quiere casar con Ramón. El párroco de Aguinán no los casa por “su notoria desigualdad y disenso de los padres”. Entonces se van a La Rioja donde otro cura los casa, pero al clérigo le llegan noticias del impedimento y declara nulo el acto. Los amantes insisten. Van a ver a una autoridad civil, el Visitador Pedro Bazán, que termina convalidando el matrimonio y ordena al cura de Belén, en Catamarca, que “los tenga por casados y no los moleste”.
De aquel expediente de 1796 nos queda la voz trana de Ramón: ”atendiendo, asimismo, que ya ando huyendo con mi mujer de monte en monte por huir de que me prendan como usted lo ha verificado, pues ahora la he traído en mis ancas y la he entregado a su juzgado… para que sirva revalidar nuestro matrimonio”. La imaginación puede volar en el tiempo para ver a los dos enamorados jineteando un caballo para que en alguna parte se les legalice su relación.
El cura de Anguinán no acepta la decisión de la justicia civil, por lo que eleva la causa ante el obispo, quien finalmente determinó la nulidad del matrimonio, pero, a la vez ordena consagrar uno nuevo. El proceso le costó a la pareja ocho pesos por derecho de matrimonio, más siete por la presentación ante el obispado de Córdoba.
Otra pequeña historia es la de la ya nombrada Pascuala, esclava que lucha por recuperar a su hija arrebatada a pocos días de nacer. Y esta lucha le va a llevar más de diez años. A Pascuala su amo le había otorgado la libertad junto a sus dos hijos. Pero estaba embarazada de Francisca que nació después de fallecido el patrón, por lo que los familiares de éste entendieron que a esa beba no le correspondía la liberación. La esclava y su marido fatigaron tribunales de Catamarca, Tucumán y Buenos Aires. Cuando la niña ya tenía diez años y estaba al servicio de un sacerdote en Catamarca, la recuperaron.
También se aprecian las estrategias para el ascenso social en el comportamiento de Ignacio Rojo, el enriquecido nieto de una esclava que se quiere casar con la linajuda –pero venida a menos- María Juana Córdoba. Aquí se aplica una pauta clásica de la movilidad social, cuando el que ostenta blasones, pero perdió el oro, se cruza con el próspero advenedizo, mediando concesiones recíprocas. María Juana acepta casarse si Ignacio le regala “una esclava, doce sillas y una caja para guardar ropa”. El matrimonio, transacción mediante, resulta funcional para ambos.
Cuando muere Ignacio, se genera un conflicto entre su mujer y dos hijos naturales del hombre, por la posesión de la esclava. ¿Son bienes gananciales los esclavos? Más allá de la resolución que tuvo la disputa sucesoria, lo que se patentiza aquí es la tensa situación que vivían los esclavos ante la muerte de sus amos, pues la incertidumbre sobre su destino generaba una enorme preocupación.

Guzmán relata casos en los que la liberación de esclavos era cuestionada por algún heredero y en el proceso judicial se imponía el esclavo.

Este rosario de episodios litigiosos, que he glosado muy sucintamente, sirven para la demostración, para la reflexión, para la interpretación. Surge a las claras, como se apunta sagazmente en la contratapa del libro, una sociedad dinámica, para nada fosilizada o inmóvil, alejada del estereotipo prejuicioso que gravita sobre el imaginario de los tiempos coloniales. Con gente sometida, sí, pero conciente de pequeños resquicios, de grietas, por los que mediando inteligencia y tenacidad, a veces, podía ganar derechos.
Sin duda que esta posibilidad de aumentar en respeto y consideración social no es ajena a la prosperidad relativa de la zona en el siglo XVIII. El final de la obra muestra la decadencia de este sistema socioeconómico ya fines del virreinato por la apertura comercial de puerto de Buenos Aires. Así la autora pasa revista a lo que significó para la región el comercio inglés y las crisis del algodón y del aguardiente.
Resulta evidente que allí comenzará otra historia para Catamarca. Pero la Historia de este período y las historias de esta gente merecían ser contadas. Y nadie mejor que Florencia Guzmán para hacerlo.