miércoles, 25 de enero de 2012

Misión comercial a Angola (2)

En la entrada anterior subí el artículo de La Nación que se refiere, de manera algo ligera, a la posibilidad de incrementar el comercio con Angola -con caricatura de Moreno "africanizado" incluída. 
En las líneas que siguen, el antropólogo argentino Nicolás Fernández Bravo, que conoce esas tierras de primera mano, reflexiona sobre los resabios decimonónicos subyacentes a las perspectivas innecesariamente críticas sobre la posibilidad de acceder a "nuevos mercados" africanos.



¿Qué tiene de "heterodoxo" comerciar con Angola?
Por Nicolás Fernández Bravo


Cuando en el año 2008 viajé a Angola, mi sensación fue ambigua. Luego de más de 10 años de haber estado allí por primera vez, las escenas bélicas de tanquetas y jeeps militares habían sido reemplazadas por un bullicioso tránsito civil. Esto se explicaba especialmente por la exuberante fauna de voluminosas camionetas 4x4 –producto de la bonanza petrolera y la perdurabilidad de los acuerdos de paz– mientras que en las afueras (y en los interiores) la miseria continuaba a la orden del día. La bonanza no había llegado aún al famoso mercado Roque Santeiro, una gigantesca feria de calles de tierra (la más grande del continente, según dicen) donde era posible conseguir los elementos necesarios para un feitiço completo, pasando por armamento ruso para llevar a cabo un modesto golpe de Estado, sillones indios de pana artificial para decorar una sede diplomática, la más variada colección de música africana (en formatos cuya informalidad difícilmente penetraría mercados puritanos), o galletitas Terrabusi para atemperar la nostalgia rioplatense. Pero la bonanza sí había llegado a los barrios nuevos de Luanda Sul, donde una pujante clase acomodada crecía a ojos vista en condominios privados desarrollados por firmas portuguesas y sudafricanas. Como una ironía de la historia, el despegue angoleño lucía sobre un conjunto fresco ainda, de símbolos que hasta hace poco colisionaban entre sí. Los impresionantes cambios por los que está atravesando la economía mundial impactan en las sociedades africanas de un modo que aún es difícil diagnosticar. Estas transformaciones tienen la particularidad de coexistir entre tradiciones y modernidades. O, para ser más precisos, entre aquello que fuera de África se caracteriza como “tradición” y se distingue de aquello que cae imprecisamente bajo el rótulo de “modernidad” – ideas que poco explican las vibrantes dinámicas de la economía política de sociedades como la angoleña, donde las rutas transatlánticas siempre han vinculado memorias, utopías y presentes.


En este contexto no resulta extraño que una nueva misión comercial de Argentina tenga por destino Angola. Después de todo, el idioma portugués ofrece una cercanía lingüística y cultural bastante única, y las conexiones no se presentan del todo desfavorables. De hecho, se trata de una ruta que tiene una incómoda y antiquísima historia. Por ella cruzaron muchos de los barcos negreros que trajeron personas esclavizadas hacia el continente Americano. Pero eso es “historia”. Sucede que el mundo continúa transformándose, y el presente deslumbra con nuevas alternativas. Por estos y otros motivos es preocupante que una iniciativa comercial de este tipo lleve el mote de “heterodoxa”, según la caracterizó recientemente un artículo firmado por Alfredo Sainz en un matutino porteño. ¿Será que el comercio “ortodoxo” se conserva en una ruta prefijada? ¿Quiénes definen lo que es ortodoxo en la economía mundial, y quienes son sus portavoces? La relación entre la ortodoxia y la heterodoxia se parece bastante a la que define a la tradición y a la modernidad: segrega a los significados en compartimentos estancos y los vuelve manipulables. Es de esperar que las personas del mundo contemporáneo, que no viven en el mundo de las ideas de la época de la trata esclavista, comprenden el hecho de que la economía mundial se está volviendo cada vez más compleja y que el lugar que ocupan en ella los prejuicios es visto cada vez de un modo más anacrónico. Estas preocupaciones pueden llegar al extremo de la irritación cuando las notas periodísticas son acompañadas –como la del señor Sainz, aunque en este blog nos hemos cansado de señalar otros ejemplos– por caricaturas ofensivas en donde se retrata a “los africanos” a partir de los mismos estereotipos con los que la economía colonial ubicó a las sociedades africanas en los márgenes de los sistemas de intercambio.
Existen en la Argentina un conjunto de iniciativas sumamente dignas destinadas a comprender mejor nuestra relación con África, los africanos y el legado de los Afrodescendientes. Algunas de ellas han incluido el desplazamiento de argentinos para que conozcan distintas sociedades africanas, como las impulsadas por Mafila Kouyate, Víctor Bille o Santiago Michaël, casi sin ningún apoyo oficial y sin la parafernalia que caracteriza acciones semejantes en el lucrativo y desigual mundo de las ONGs. El intercambio comercial necesariamente tiene que ocupar un lugar en este debate, el cual se presenta como un espejo al otro lado del Océano Atlántico. Tal como me lo refirió recientemente Mário de Paiva, un intelectual independiente interesado en la  novela de Pola Oloixarac “Las Teorías Salvajes” (¡!), los angoleños también tienen curiosidad por comprender mejor el lugar de América Latina en el intercambio global de mercancías, símbolos e ideas. No cabe la menor duda que el desafío de establecer nuevas rutas de intercambio presentará problemas; también es cierto que en la Argentina existe una frágil experiencia para llevar a buen puerto este tipo de empresas; nunca está de más la prudencia ante escenarios cuya racionalidad se desconoce. Pero todo ello no es razón suficiente para desestimarlas burlonamente con ese tono afropesimista que tanto recuerda a las formas contemporáneas del racismo. Quienes afirman que Argentina debe aferrarse a sus mercados “tradicionales”, bien harían en revisar la consistencia de sus argumentos. Tal vez notarían que el mundo ya no es el del siglo XIX.