sábado, 10 de diciembre de 2011

La capoeira de luto - Falleció João Pequeno (1917-2011)


Fue mi mestre de capoeira angola durante la década en que practiqué ese arte. Era una época -los 80s- en que éramos escasos los "gringos" -cualquier no-brasilero lo es, en un país con poca conciencia latinoamericana- que aparecíamos por el Forte Santo Antonio Além do Carmo para practicar capoeira. De las dos academias de capoeira angola que funcionaban en ese momento -la de mestre Curió se (re)abrió un poco más tarde- la de João Pequeno era la única que aceptaba sin problemas a cualquiera que quisiera aprenderla. Más rígidos y militantes -aunque no con menor mérito- los mestres del GCAP (Moraes y Cobrinha) aceptaban sólo a quienes se quedaran por un tiempo prolongado -más de los dos o tres meses que yo pasaba allí (casi) todos los veranos.


João Pequeno promediaba, entonces, los 60 años. Estas fotos, tomadas en 1982 o 1983 (a los 65 años), lo muestran activo, certero y temible.
Su rol en el desarrollo, revival y luego boom de la capoeira angola nunca podrá ser lo suficientemente valorado. Si el GCAP era entonces, la tradición modernizada -el rol de mestre Moraes en la codificación y sistematización de movimientos tradicionales tampoco puede ser subestimado- la escuela de João Pequeno representaba "la antigua tradición". 
Aunque la academia había comenzado a funcionar en el fuerte Santo Antonio poco antes, João Pequeno era, en esa época, el único mestre antiguo que sólo enseñaba capoeira angola (otros la jogaban pero no la enseñaban) y que tenía una escuela accesible que estaba permanentemente abierta. Uno sabía que casi cualquier día que fuera al fuerte el mestre estaría allí fabricando berimbaus, dando clases o contestando, con amabilidad y paciencia infinitas, cualquier pregunta que se le hiciera -ya fueran sus interlocutores alumnos bahianos principiantes, capoeiristas de otros lugares de Brasil, gringos curiosos o periodistas en busca de notas de color. 


La roda de capoeira que se hacía en su academia los domingos era extremadamente interesante. Podían aparecer capoeiristas veteranos -gente entrada en años que practicaba angola, sin necesariamente ser parte del circuito ya entonces más profesionalizado-, jóvenes que practicaban regional y querían mostrarse al mundo, o mestres como João Grande o Curió que no tenían escuelas en ese momento pero cuyas participaciones eran siempre enormemente apreciadas. Podían darse rodas increíbles o peleas e incidentes no del todo agradables. Para mí representaba, en ese entonces, la capoeira popular, no del todo domesticada ni civilizada, con todo lo bueno y malo que entrañaba.


La capoeira angola era, para João Pequeno, su forma de estar en el mundo. 
Era increíblemente generoso con su tiempo y conocimiento -una forma antigua de ser que ya entonces estaba desapareciendo. Rara vez se enojaba -aunque a veces perdía la paciencia, para diversión de sus alumnos bahianos más jóvenes, como Zander y Rocky. 
Casi no corregía los movimientos verbalmente, se acuclillaba frente a los alumnos y con sus brazos y manos moldeaba los cuerpos de los alumnos hacia las posiciones adecuadas. La interacción física que entablaba con cada alumno nos llevaba a aprender la altura correcta y la rapidez con que debíamos efectuarlos.


Era lo más parecido que conocí al estereotipo del maestro sabio y calmo. En una tierra famosa por las sobreactuaciones y desbordes emocionales -reales o fingidos- el mestre desbordaba paz y armonía. No parecía desear mucho, y siempre parecía feliz con lo que hacía y donde estaba. No hablaba mal de los demás y no parecía interesado en obtener ninguna ventaja material. Los extranjeros pagábamos el mismo dinero que los locales por las clases -una suma irrisoria. Los berimbaus que hacía también tenían un precio accesible, aunque fueran de autoría notable.


Los objetos de su academia desaparecían rápidamente. Recuerdo que una vez le llevé una copia en español del libro Tienda de los Milagros de Jorge Amado, cuya tapa había sido ilustrada con una fotografía de berimbaus que él había fabricado. Me los habían pedido de la editorial para fotografiar, en una época en que no había muchos en Buenos Aires. Al poco tiempo alguien ya se lo había llevado. Asi con todo. Cualquier regalo que uno le hiciera, inmediatamente era "socializado" entre los muchos que concurrían a la academia.
En 1987, aproximadamente, le dije que había empezado a enseñar capoeira angola en Buenos Aires, a un reducido grupo de personas y sin cobrar nada. Necesitaba tener con quién practicar lo que sabía, de lo contrario lo que aprendía en dos o tres meses en Bahía después no lo podía aplicar el resto del año. Le pregunté qué le parecía. Para mi sorpresa, me respondió con la parábola de los talentos de la Biblia -libro que él conocía muy bien. Me dijo que Dios le había dado diferente cantidad de talentos a tres personas (una medida de dinero, pero para mí caso, una expresión literalmente apropiada) y que luego les preguntó qué habían hecho con ellos. Dos los habían usado para generar más talentos, y el que había recibido uno, lo escondió y no lo usó. La reprimenda divina que éste recibe, en su relato y en mi interpretación consiguiente, avalaban el hecho de no guardar y retacear lo que uno recibió, sino compartirlo para el beneficio de los demás.
En 1988, aproximadamente, cuando estudiaba en la Universidad de California, Los Angeles, pudimos invitarlo a que nos diera un taller de capoeira angola, junto a mestre Bobó -ambos habían ido al país del norte convidados por mestre Acordeon de San Francisco. Su simplicidad y sapiencia encantaron a todos. Con Yves Marton, un compañero del grupo, los llevamos a recorrer la ciudad y por algún lado hay una foto de todos en el famoso Teatro Chino de Los Angeles.


Hacía mucho que no lo veía, pero siempre me puso muy contento saber que recibió en vida el reconocimiento que se merecía. En los últimos años ya se los mencionaba, a él y João Grande, como Grão-Mestres. En un país -y en un mundo- en que la cantidad de mestres se multiplicaba geométricamente, qué otra cosa podían ser ellos?
Creo que la capoeira angola actual prácticamente se ha moldeado sobre la forma de jogar y de moverse de estos dos grandes maestros. 
Pero João Pequeno estuvo allí, llevando la llama, cuando no era redituable, ni estaba de moda y nadie podía vaticinar el boom que luego sobrevendría. En términos bíblicos -que tanto le gustaban- peleó la buena batalla y nunca dejó de hacerlo. 
Es lo que él era.


Agradezco a Carolina Fachinetti por cuyo fcb me enteré...