miércoles, 3 de agosto de 2011

Estudios sobre afro-argentinos (1): Sobre la naturaleza de "la verdad”


Hace poco me ví involucrado en una discusión (más o menos) amistosa con personas interesadas en el tema de los afro-argentinos. Como me llamó la atención que individuos con (mucha o poca) formación en ciencias sociales parecieran ignorar –no estar al tanto, o dejar de lado- algunos aspectos básicos de la formación y de la naturaleza del “conocimiento” que generamos, van estas reflexiones en voz alta. 
En otra entrada seguirán las conclusiones que, en base a ello, se derivan respecto de nuestra responsabilidad ética.
Nada demasiado complejo, después de todo este es un blog de difusión. Pero con las mismas cuestiones me he enfrentado también en distintos cursos que dí. Lo que sigue se puede aprender mejor y de manera más compleja en cualquier curso de metodología e investigación.

1) Sobre la autoridad del etnógrafo
Hace unos cuantos años ya que se habla de la crisis de la “autoridad etnográfica”. El “estar allí” o “haber estado allí” con los “nativos” (palabra no del todo simpática pero tampoco peyorativa, todos somos “nativos” para algún tipo de estudio o de reflexión) dejó hace bastante de ser el criterio máximo e “infalible” de autoridad para escribir sobre o hablar por/en vez de, determinado grupo social/cultural. Pasadas también están las épocas en que se podría pensar que la mera acumulación de (mas) información llevaba a (necesariamente) mejores relatos etnográficos de los grupos que nos interesaban.
Como enseña cualquier curso de metodología y técnicas de investigación o de elaboración de proyecto de tesis, la información que se va recolectando en contacto con determinado grupo no se transforma automáticamente en “datos”.
Para que un chisme  o un comentario sea  un “dato” –una información relevante para mi relato- tiene que estar filtrado o mediado (al menos) por: a) cuál es mi problema de investigación –o qué tema quiero estudiar- y b) cuál es mi perspectiva teórica –qué conceptos uso, cómo los defino, y que tipo de relaciones mi perspectiva dice se establecen entre los conceptos, o entre éstos y variables determinadas –dimensiones de la vida social. 
Aún cuando crea que no estoy investigando, al participar de la vida de un grupo tengo determinadas preocupaciones y objetivos (o sea, mi “tema”) y creo que las cosas se relacionan de determinada manera (mi “teoría”, aunque no lo sepa). Por eso, de la infinita marea de informaciones que me llega, selecciono o me acuerdo de algunos y no de otros. Esto lo hacemos todos cotidianamente, pero cuando construimos un relato etnográfico (y no un relato cotidiano) tenemos que estar un poco más concientes de los mecanismos por los cuales recolectamos y procesamos esa información y validamos lo que decimos.
Entonces: siempre hacemos un recorte de la “realidad” –que es vasta- y siempre alguna información será “dato” y otra será irrelevante –dependiendo, de nuevo, de mi problema, de mi conceptualización y de mi perspectiva-. La información mas maravillosa y relevante para una persona no le servirá de nada a otra. No hay información objetivamente relevante ni verdadera –mas allá de la constatación de un hecho puntual-. Pero en cuanto empiezo a enlazar hechos puntuales con otros, y a hacer alguna interpretación de todos esos entrelazamientos, ya estoy usando teoría (aunque sea implícita) para hacer algunas asociaciones y no otras, y llegar a un determinado relato y no otro. Por ejemplo: tal grupo tocó tal tipo de música en determinado lugar. Si, es comprobable. Ahora, la relevancia de esa actividad (es la primera? Qué visibilidad tuvo? Cómo influyó en eventos posteriores? Es un hecho “histórico”?) dependerá de las asociaciones (arbitrarias) que yo establezca con otros eventos. Esas asociaciones son arbitrarias, puede haber varias interpretaciones acerca de cuáles son las correctas. Nada se relaciona “naturalmente” u “obviamente” con nada.

2) Sobre la autoridad del “nativo
Una salida fácil para la crisis de la autoridad etnográfica es pasarle la responsabilidad de la veracidad, ahora, al “nativo”. Como por un lado, hay una revalorización de las identidades y saberes de grupos minoritarios, se considera que está bien que el nativo hable por sí mismo y que todo lo que diga será relevante o verdadero. Que hable por sí mismo sin duda es muy deseable. Que lo que dice es relevante –al menos para él- también es cierto. Ahora, pensar que esa afirmación es necesariamente “verdadera”, es pecar de inocente.
Por un lado, quién es o quiénes son, los “nativos”? Para el caso de los afroargentinos, a quiénes voy a considerar así? A los que se definen así? A los que son “negros”? A los que tienen determinada cantidad de generaciones en el país? Cuál es el criterio de demarcación del grupo?. Cuántos criterios hay?
Por otro, aún cuando pueda lograr una delimitación más o menos precisa de un grupo, siempre hay muchas, demasiadas, opiniones nativas. Y no sólo hay muchas, sino que muy frecuentemente, están en conflicto. A quién le creo?
Y para peor: las personas van reinterpretando constantemente la realidad. El amigo de hace un tiempo ya no lo es, la mejor persona pasa a ser la peor, los hechos que antes creía que sucedieron así ahora los relato de otra manera. Si, como sabemos, todos nosotros hacemos eso, por qué los nativos no lo harían también?
Un ejemplo que para mí fue muy revelador. Cuando estudiaba en la Universidad de California en Los Angeles, tuve el privilegio de hacerme amigo del documentalista argentino Jorge Prelorán y de su mujer, Mabel, que también estudiaba antropología. En ese momento, Jorge había hecho algo muy pionero (como muchas otras veces), que fue llevar a la protagonista indígena de uno de sus documentales a vivir con ellos y dejarla que armara la obra con él. Ella había sido criada por su tía, y la primera versión de la película mostraba el importante rol que había tenido en su vida. La chica se va de Los Angeles, vuelve unos meses a su ciudad de origen, y cuando retorna a USA para hacer la versión final, se había peleado con su tía y ya no quería que ella figurara en el documental en absoluto. En su reinterpretación de su vida, la persona que había sido fundamental según una mirada anterior, ya no lo era.  Tuve varias –demasiadas- experiencias similares en mi propio trabajo de campo con los umbandistas locales. El pai de santo de un médium era la persona más importante de su vida, cuando se peleaba con él y se iba del templo, era una lacra. Personas cuya vida yo había seguido a lo largo de 5 o 6 años remodelaban su biografía constantemente, realzando la valía de algunos acontecimientos y personas y minimizando o suprimiendo otros.
Nada que nosotros no hagamos, en realidad.
Estos sencillos ejemplos deberian ayudar a dudar de otro mito –anterior- que la crisis de la autoridad etnográfica a veces deja en pie: el del nativo omnisciente. Este sabe de todo, se acuerda de todo, y sus interpretaciones no están contaminadas por intereses propios.
Es claro que todos –nosotros y los nativos- estamos inmersos en redes de intereses, que hacen que necesariamente veamos las cosas de una manera o de otra. Y es muy inocente pensar que uno, dos, tres o veinte versiones nativas no van a estar contaminadas de esta subjetividad.
Para finalizar –aunque se podrían apuntar más cosas- es claro que los nativos no están tomando en cuenta una serie de factores que condicionan su accionar, y que hacen que su relato sea, siempre, parcial. Los nativos, como nosotros, suelen carecer de imaginación sociológica: la capacidad de ver las fuerzas sociales e históricas actuando detrás de los comportamientos individuales. Ese es uno de los plus que se supone, los versados en ciencias sociales podríamos contribuir en la construcción de relatos etnográficos.
Los relatos de los nativos son siempre interpretaciones, parciales e interesadas. Y nuestras propias interpretaciones son siempre de segundo grado: intepretaciones parciales e interesadas nuestras sobre otras interpretaciones nativas igualmente sesgadas.
Esto no quiere decir que no haya relatos mejores que otros, pero esta evaluación no es fácil ni terminante. Siempre hay que considerar todos los factores que intervienen en la fabricación de un relato para ver su coherencia y solidez. No depende ni del prestigio del antropólogo/sociólogo/historiador ni del de los nativos involucrados.

3) Sobre los contextos de observación y actuación
Si la información que se vuelve relevante –“dato”- depende de mi problema de investigación –o de qué tema específico me interesa-  y de mi perspectiva teórica, también los contextos de observación o de recolección de datos dependerán de ellos. Para algunas preocupaciones, los contextos privados serán relevantes, para otros los semi-públicos, para otros los contextos ritualizados, para otros los contextos públicos –y hay distinto tipo de éstos.
Yo siempre pienso que los contextos públicos y las interacciones cotidianas son las más interesantes, porque a): creo que sólo las cosas que se dicen públicamente tienen efectos “en la realidad” –especialmente en contextos sociales más jerarquizados- y b): las cosas que se dicen espontáneamente en interacciones cotidianas son menos pensadas –que las que se dicen, por ejemplo, en una entrevista- y tienen efectos sociales reales. Pero en última instancia la relevancia del contexto depende de mis objetivos y mi teoría.
Siempre desconfío de las entrevistas –aunque no niego su utilidad, pero pienso que no deberían ser la técnica considerada más eficiente- porque es la instancia en la cual la persona más cuida y reelabora lo que dice, sin importar qué tanta confianza tenga con ella. Me ha pasado de ir dos o tres años a un templo, y que al entrevistar al líder me dé una descripción de las actividades que poco se correspondía con lo que yo había visto. Y no era que intentaba mentirme, pero sí transmitirme su visión de cómo deberían ser las cosas, más que la de cómo eran…
Por otro lado, si  hay distintos contextos de observación, similarmente también hay distintos contextos en los cuales los nativos se desempeñan de una manera u otra. Hay identificaciones contextuales –en algunos una persona es “negra”, en otro “afrodescendiente”, en otro “afroargentino”-,  relaciones contextuales y discursos preferenciales para un lugar u otro. Y hay contextos en los cuales las personas tienen más capacidad de imponer sus definiciones de la situación –como quiero que los otros me vean- y otros en que menos –y son víctimas de las visiones, identidades atribuidas y acciones de otros.

De todo esto se desprende, para quienes investigamos/nos interesamos/nos comprometemos con algún grupo social que no se puede esperar que mi problema de investigación sea el mejor o el único relevante, que mi grupo de nativos sea el único verdadero, y que mis datos sean los mejores o únicos válidos.
Tengamos un poco de humildad, chicos ...

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