jueves, 25 de febrero de 2010

Umbanda en La Nación - Suplemento de Turismo...

Ya en oportunidad de una nota sobre la fiesta de Iemanjá -no recuerdo si se refería a Bahía o Montevideo, está en este blog- señalé que llamaba la atención por qué era noticia esa celebración en el extranjero mientras se ignoraban los miles de devotos que hacían lo propio en las costas del Gran Buenos Aires.
Ahora veo, de nuevo con sorpresa, que en el suplemento de turismo de La Nación del domingo pasado una nota detalla una ceremonia umbandista en São Paulo.
Todo lo que se describe con cierta extrañeza, claro, puede ser visto en las miles de sesiones de umbanda que se realizan regularmente en la Capital, el Gran Buenos Aires, o en numerosas ciudades del interior. Imitando involuntariamente a sus amigos paulistas que nunca fueron a una ceremonia, el cronista parece ignorar que tampoco tenía que ir hasta Higienópolis para ser partícipe de esta forma de comunicarse con lo sagrado. Con tomarse un humilde ómnibus local bastaba...
En fin, como todos ya sabemos, el destino de la Umbanda argentina en los medios argentinos parece ser las paginas policiales o la invisibilidad....


Suplemento de Turismo, La Nación del 21 de febrero de 2010
Pasajeros frecuentes / Un bloc de notas en tránsito
San Pablo, como para no perder la fe

por Daniel Flores

La verdad es sólo una, pero suena mejor cuando está bien perfumada fueron las únicas palabras de la mai que entendí mientras me rociaba y frotaba con algo así como agua bendita en un templo umbanda de San Pablo. El resto me lo perdí, según recuento ahora, por mi escaso manejo del portugués, por el ruido ambiente y por una pregunta que no me permitía atender a otra cosa: ¿quién me mandaba a un rito umbanda en medio de las vacaciones?
En fin, a nadie debe resultarle fácil su debut en el umbandismo blanco (la línea de esta religión brasileña que no practica sacrificios animales) ni su primer pase o limpieza exprés. En este caso, más que la agradable fragancia, lo que sentí durante el service espiritual fue... mi propio nerviosismo. Racional, devotamente escéptico, si en algo tengo fe es el pánico escénico que suelo experimentar en variadas circunstancias. Esta, sin duda, se acomodaba súbitamente bien arriba en el ranking de escenarios traumáticos.
El baño de perfume era sólo la culminación de una gira o ceremonia de una hora entre más de cien devotos umbanda muy producidos (géneros blancos y colorados, bijou de caracoles) y otros tantos espectadores , ambos bandos mayoritariamente blancos, en lo que desde afuera parecía una casa más del barrio de Higienópolis.
Al llegar al lugar, por una ventanita me había recibido (y analizado de arriba abajo) un umbandista talle XXL. Entré y comencé a evaluar la posibilidad de que un desconocido, con mirada inquisidora, se me acercara y me acusara públicamente de no tener motivos serios para estar allí y, peor que peor, de traer una energía negativa . Me preocupó también hacer algo fuera de código para la situación. ¿Estaría bien sonreír o sería irrespetuoso? ¿Cruzar los brazos se vería como inequívoca señal de rechazo? ¿Extenderlos a los costados del cuerpo se tomaría como la prueba definitoria de un burdo engaño? En fin, las típicas dudas de quien teme ser desenmascarado en cualquier minuto.
La gira comenzó al correrse el telón (no sin conciencia del espectáculo) que separaba a los umbandas pro del público . Entonces los primeros empezaron a corear unos estribillos muy repetitivos y fueron arrancando unos tambores en manos de los que parecían ser líderes del asunto, más próximos a una suerte de altar. Y todos bailaban cada vez más mientras tres o cuatro entraban en trance.
No sólo entraron en trance los pais, sino que los siguió también un sujeto cerca mío (todos estábamos cerca de todos), de pelo rubio, largo y enrulado, petizo y regordete, con rasgos de cierta femineidad. Un tipo particular, que se largó a bailar como loco sin que nadie pudiera pararlo. Salvo dos umbandistas probablemente aficionados también a algún tipo de arte marcial, que lo rodearon para que no pateara a nadie y lo fueron calmando, como se detiene una rueda de camión suelta que gira sobre sí misma. Inmovilizado, el hombre comenzó a llorar como un niño umbanda.
A solas con la mai, no podía dejar de temer que ella percibiera mi (al menos en términos umbanda) mala onda , y hasta me sorprendiera con un reclamo por haber mentido por figuritas en la escuela primaria, 25 años atrás... Nada de eso sucedió. Aunque sí es cierto que en otros pases vi mais y pais mucho más efusivos y alegres que la mía. Todo bien, no necesitaba más.
Salí aliviado, sin saber si adjudicárselo a la limpieza espiritual o al simple hecho de volver a respirar aire fresco, y esperé en la vereda que me recogieran unos amigos paulistas que jamás fueron a una gira y que no les interesa el tema en lo más mínimo. Nos fuimos a la que, dicen, es la mejor trattoria de San Pablo: Jardim Di Napoli. Comimos pastas como poseídos por espíritus de marineros genoveses mientras contaba en la mesa lo que acababa de presenciar. "Estos turistas...", mascullaban los paulistas negando con la cabeza sin descuidar un segundo los platazos de fideos, como si nadie fuera profeta umbanda en su tierra.