lunes, 29 de junio de 2009

Estudios afroargentinos en Ñ (3)

¿Cuántos somos? [1]
Por Nicolás Fernández Bravo
nhicuf@arnet.com.ar

En un trabajo seminal para los estudios sobre las identidades nacionales, Benedict Anderson señaló que las políticas de construcción de las “comunidades imaginadas” se asentaban en tres instituciones fundamentales: el censo, el mapa y el museo. Anderson se preocupó por señalar lo complejas que eran estas herramientas, y cómo fueron utilizadas de distinto modo en las sociedades periféricas en las que la construcción de ese territorio lleno de diversidad, tenía que ser de una u otra manera “homogeneizado” para poder ser administrado racionalmente. Algunas de las discusiones originadas en los últimos tiempos en torno al “número” de afrodescendientes, me han invitado a reflexionar sobre este tema y compartirlo con los lectores de este blog.
En el año 2000, junto a un grupo de colegas, fuimos convocados por el INDEC para realizar una consultoría para la elaboración de la pregunta que iría en la cédula censal respecto de las poblaciones indígenas. Esa consultoría dio origen a una gran cantidad de trabajos que señalaron lo problemática que resultó (y aún resulta) este tipo de preguntas para el Estado. Después de todo, contar numéricamente una variable cualitativa como lo es la identidad, supone una cantidad de interrogantes que evidentemente el Estado argentino apenas se estaba comenzando a formular. Estaba en claro que no se podría enviar censistas y preguntar alegremente “¿es usted indio?”, y esperar un resultado serio. Era necesario elaborar otro tipo de preguntas. Señalado el problema, su resolución resultó extremadamente difícil y conflictiva. La primera observación que hicieron muchas organizaciones indígenas, fue que era necesaria una campaña de autoafirmación en la que el sentido de auto-reconocimiento como indígena, al menos fuera discutido con rigurosidad entre los propios involucrados. Por su parte, resultaba sensato que muchas personas se preguntasen para qué les serviría reconocerse como indios ante un Estado que, en el mejor de los casos, les otorgaría prebendas (Y, en el peor de los casos, habría que preguntarse si es posible –y cómo– reconstruir la identidad y la memoria allí donde se consumó el etnocidio).
Este tipo de dilema es comparable, al menos parcialmente, con el que se enfrenta el colectivo afro ante un interrogante estatal análogo: “¿es usted negro?”. O será que la pregunta debería ser, “¿es usted afro?”. La misma formulación de la oración nos presenta la complejidad del debate y la necesidad de un tratamiento serio [2]. Creo que es acertado el señalamiento que hace Pablo Cirio respecto de los “dos millones”, pero no es menos cierto que no sabemos cómo medir una variable (el lenguaje de la estadística así ordena la diversidad, perdón) soterrada en la historia y en constante cambio. Es en ese sentido que algunos activistas, entre los que se encuentra Miriam Gómes, levantan una cifra que puede sonar exagerada, aunque su utilización política no deja de ser racional en términos estratégicos: señala un problema cuyo tratamiento estadístico no le corresponde a la sociedad civil. Incluso defendiendo una cifra conservadora, es necesario advertir que un país que ha sido históricamente indiferente a la diversidad, no sabe cómo está compuesta su sociedad en términos étnico-raciales. Como dice la conocida frase: “nada más peligroso que el que no sabe que no sabe”.
Por último – y muy a gusto por el hecho de no ser un “estadístico de la identidad”, si es que eso existe – habría que preguntarse si es en el número donde deberíamos colocar el eje del debate. Una tradicional práctica de las políticas clientelares es, justamente, que se definen en función del peso numérico del grupo al que están destinadas. Indudablemente, incluso siendo optimistas, la población afro constituye una minoría. Lo cual no modifica en absoluto sus derechos. Por el contrario, precisamente por ser una minoría deberían ser sujetos de derechos. Entiendo que acciones de visibilización como las que lleva adelante el proyecto que dirige Miriam Gómes, son exactamente del mismo tenor que las que reclamaba el pueblo mapuche en su campaña Inche Mapuchenguen. Para el caso de las redes de la diáspora africana, estará en ellas definir la modalidad y las características que le quieran dar a las formas de su visibilización, a partir de qué ideas, con qué sentido, mediante qué alianzas y para qué. Es por ello que la participación y la legitimidad de las decisiones tomadas, es tan importante. Lo que se juega en el escenario es bastante más que un caché artístico.
Personalmente (y puedo estar equivocado en mi percepción), creo que este es el principal desafío que tiene hoy la población afro en este envase jurídico territorial que denominamos Argentina: considerar si existen mecanismos para elaborar puntos en común, que permitan mejorar las formas de sus reivindicaciones y demandas, sabiendo que no son tantos. Aunque sí muchos más de los que se cree. Ese es el punto. Dada la falta de experiencia que existe al respecto, no es un desafío menor ser consciente de que no hay un “modelo” o una “receta” a la que se pueda apelar. Las formas de organización tendrán que surgir de la propia capacidad e ingenio de los grupos que vemos cotidianamente en acción en las múltiples actividades públicas (y a veces no tan públicas) que se suceden a diario. Su proliferación constituye en sí un símbolo de optimismo, y nos anima a creer que en el futuro la diversidad será mejor comprendida y más valorada – independientemente de la estadística. Para lo cual, la pregunta crucial de la población afro podría ser: ¿quiénes somos?

[1] “¿Quántos somos?” fue el lema del primer censo de población de la República de Mozambique. Me resultó atractivo recuperar este lema, porque ilustra el tipo de pregunta que se hizo una comunidad (nacional, en este caso) al momento de definir su identidad (política, en este caso). Al usar la primera persona del plural, no pretendo incrementar la estadística definiéndome como “afro”, sino socializar el interrogante entre todos.

[2] En la Prueba Piloto del 2005, se implementaron dos preguntas similares a la que finalmente se desarrolló para contar a la población indígena: “¿Hay en este hogar alguna persona que sea afro-descendiente? y “¿Hay en este hogar alguna persona que reconozca un antepasado afrodescendiente o africano?”. No obstante, y dado el carácter experimental de la prueba, aún no podemos afirmar cuál es el modo menos inadecuado para abordar la inquietud estatal que, corrección política y terminológica de lado, apunta a contar cuántos negros y/o afros hay en la Argentina, actualizando los señalamientos de Anderson. Los trabajos de Laura López abordan muy bien esta problemática, y han dejado la puerta abierta para que la población involucrada participe del debate activamente pero con mejores herramientas.