viernes, 11 de septiembre de 2009

Ramiro, en un cielo de berimbaus

Hay recuerdos que uno cree que nunca serán escritos, que quizás lleguen eventualmente a ser comentados por sus protagonistas en alguna mesa de un bar, con abundante cerveza de por medio. Hay textos que uno piensa que nunca llegará a escribir, despedidas que nunca llegarán a serlo. De repente nos sorprendemos, sin embargo, intentando encontrarle algún sentido a lo que no lo tiene, escribiendo un adiós cuando no podemos creer del todo que sea necesario. Como ahora, que no puedo –no quiero- admitir que el cuerpo físico de Ramiro Musotto ya no está más entre nosotros. Pero a veces los mejores se van antes que el resto.

Según la filosofia Yorubá, la creación de la persona sucede primero en el orún, el plano espiritual. Allí el orixá Obatála crea y moldea nuestro cuerpo físico, y Oludumare, el Dios supremo, le insufla emi (el soplo vital). Antes de venir al aiyé, el plano terrenal, pasamos por lo de Ajalá, el artesano que moldea en cerámica los orís. Orí es nuestra cabeza espiritual –pero también nuestra deidad personal- que tiene dos componentes principales: carácter y destino. De acuerdo al orí que elegimos, así nos irá en nuestra vida. No todos son iguales, porque Ajalá es un artesano, y además le gusta el vino de palma, con lo que algunos orís le salen mejor y otros peor. Nosotros no sabemos cuáles, claro.
El orí que eligió Ramiro previo a su ingreso en el aiyé estaba sin duda cargado de carácter, talento (cualidad que seguro figura en algún lado de la teología Yoruba) y tenía un destino fulgurante pero más corto de lo esperado por los muchos que lo admirábamos y queríamos.


Escuché hablar de Ramiro bastante antes de conocerlo personalmente. Comenzados los ochenta, en el embrionario –ni siquiera naciente- mundo de la cultura afro de Buenos Aires ya era una pequeña leyenda. El percusionista tan bueno que sólo en Bahía (Brasil) podía desarrollar plenamente sus talentos traídos de Bahía (Blanca) –el improbable sitio en que su orí había elegido para su nacimiento en el aiyé.
Creo que fue en 1984 que finalmente lo conocí, en uno de mis viajes a Salvador. Vivía con Pedro Giorlandini y algún/os otro/s Bahiano/s (que iban y venían de Bahía Blanca) en un departamento en el Pelourinho –cuando casi ningún extranjero vivía allí-. Del edificio, a media cuadra a la izquierda antes de subir por la ladeira do Carmo, se escuchaban todo el tiempo distintos ritmos de percusión. Cualquiera que pasaba por la calle pensaría –“que bien tocan estos bahianos”- sin saber que la frase tenía un sentido geográfico inesperado. Ese año y probablemente también el siguiente fuimos juntos a varios candomblés, donde su orí (físico, pero seguro el espiritual también ayudaba) decodificaba y memorizaba los ritmos.

En algun momento de 1986 le comenté que en octubre iba a a participar del Congreso Mundial de la Tradición de los Orixás a realizarse en Nueva York y rápidamente propuso que fuéramos juntos. Una edición anterior se había realizado en Bahía en 1983 y había instalado al congreso como el encuentro para aprender sobre la cultura yoruba y su influencia en América. En Nueva York me seguí maravillando no sólo de su facilidad para aprender los distintos géneros musicales, sino de su ansiedad y perseverancia por hacerlo. Después de uno de los primeros recitales que vimos en el congreso prácticamente se fue encima de un anciano afroamericano que tocaba el chequeré para que le diera lecciones. El señor no parecía muy dispuesto a enseñarle a un oyimbo (blanco) pero si le mostró, allí nomás, algunos movimientos. Ramiro estaba entusiasmadísimo, era suficiente para comenzar su aprendizaje. Esto en una epoca en que, para alguien del Cono Sur, era más facil ver un ovni que un chequeré verdadero –y para mejor, bien tocado.
Una noche fuimos a un bar del Village a ver a la Fania All Stara. Ramiro miraba atentamente, y escribía en notas musicales los solos y los ritmos que le parecían interesantes en servilletas que agarraba rapídamente. Allí aprendí el buen sentido de la palabra afanar: mirar intensamente a los maestros y aprender en cada mínima oportunidad que se presentara -si uno tenía la capacidad de transformar el instante efímero en un momento de aprendizaje. Leído desde ahora, es necesario remarcar nuevamente que éstas eran épocas en que la globalización era menor y había determinadas performances que se tenía la suerte de ver una vez, y luego nunca más. Había que aprovechar la oportunidad, sí o sí. Allí también se compró su primera máquina para reproducir y componer distintos sonidos. Solo, en el departamento de una amiga en Nueva York, practicaba y aprendía cómo usarla. En su equipaje de vuelta también había un chequeré.
En los años siguientes cada tanto nos cruzábamos, acá o en Brasil. Gracias a él tuve la alucinante experiencia de recorrer el carnaval bahiano desde arriba de un trio eléctrico –creo que era el de Armandinho hijo –y ver la muchedumbre saltando abajo como un animal enloquecido. En algún momento se fue del (antiguo) Pelourinho, quizás cansado de que todos lo pararan y saludaran cada vez que salía a caminar. “Quem não conhece Ramiro não conhece a Bahía!” nos saludó una vez un músico local cuyo nombre no recuerdo.


A comienzos del 2003 una parada fortuita en el aeropuerto de Salvador –camino a otro lado- encontré su cd Sudaka, recién aparecido. La sola idea me pareció gratamente ambiciosa –un cd de percusión editado por un argentino en Brasil- pero lo que escuché superó todas mis expectativas. Había varios temas que eran sencillamente geniales. Lo que hizo con “Botellero” era un alarde de creatividad y de mestizaje salvaje y sublime del barrio con la modernidad y con la percusividad. Vieron?, puedo armar un mini-carnaval sólo con mis memorias de niño.
Cuando pude ver la presentación en vivo del cd en La Trastienda, bueno, sin duda ese fue uno de mis “grandes momentos en Afroamérica”. Sólo superado por escuchar su explicación –en los extras del dvd, que me dio cuando nos encontramos de nuevo por casualidad en un recital de Olodum, en Salvador- acerca de cómo y por qué había escogido y mezclado los distintos ritmos e imágenes del show. Ahí comprobé que no había nada de fortuito en la excelencia de esa explosión musical. Además de años de oficio –en distintos escenarios, estudios y trios electricos bahianos- y de mezclarse con o povão de manera que no todos los artistas hacen, Ramiro había adquirido un conocimiento poco usual de la música brasilera. La propia Daniela Mercury lo reconoce en los testimonios del dvd –elogio que los bahianos no suelen prodigar. Había logrado poner su formación musical erudita al servicio del aprendizaje de la música popular para llevarla a nuevas alturas.
Cual sea que haya sido el orí elegido por Ramiro, sin duda que cumplió con creces con el destino que le tenía marcado. Según la filosofía Yorubá, en eso consiste la felicidad en nuestro paso por esta tierra,


Fotos: Alejandro Frigerio. Ramiro y orquesta Sudaka en el Centro Cultural Recoleta, 15 de diciembre de 2007.
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