martes, 11 de noviembre de 2008

Mama Africa: Hamba kahle, ngiyabonga

Pägina 12 - Martes, 11 de Noviembre de 2008
Música: A los 76 años, murió la cantante y militante Miriam Makeba

El último grito de Mamá Africa
Fue una de las voces más notables contra el apartheid. “Su música inspiró un sentimiento de esperanza en todos nosotros”, dijo Mandela.

En los últimos años solía despedirse de sus fans diciéndoles, al cabo de cada concierto, “siyabonga” (gracias, en zulú) con los ojos llorosos. Ese permanente coqueteo con la muerte terminó finalmente ayer. A los 76 años, Miriam Makeba murió a raíz de una crisis cardíaca. Una sonrisa cálida, la voz potente y una presencia majestuosa como activista en la lucha por la paz y el entendimiento entre los pueblos. Así la conocía el mundo. La cantante murió tal como vivió: peleando. En un concierto contra la mafia en la localidad italiana de Castel Volturno, bastión del crimen organizado, la artista había entusiasmado a 2000 personas cuando comenzó a sentirse mal. Makeba fue llevada al hospital, donde falleció poco después. El concierto en Italia era en solidaridad con el escritor italiano Roberto Saviano, que vive amenazado de muerte por la mafia por su bestseller Gomorra, lo que lo mantiene bajo constante vigilancia policial. El ex presidente sudafricano Nelson Mandela señaló: “Por muchas décadas, años antes de que yo fuera a prisión, Ma Miriam ocupó un lugar importante en nuestras vidas y disfrutamos de sus conmovedoras actuaciones”. Mandela añadió que “la música de Miriam inspiró un sentimiento de esperanza en todos nosotros”.
Durante años, Makeba supo alzar su voz contra el “apartheid”. Se dio a conocer en todo el mundo a mediados de los ’60 con su hit “Pata pata”, la primera canción africana en alcanzar los primeros lugares en los ranking. En la Argentina, el ritmo alegre y pegadizo del “Pata pata” hizo furor en el carnaval de 1968 y se repetía en radios, disquerías y boliches. Fue asimismo la primera artista de Africa en ser distinguida con un Grammy. Pero no era todo alegría en la vida de Makeba. Resultó también “pionera” en la condena al exilio por su postura contra el apartheid.
Hija de un sangoma (“sanador” místico y tradicional de la tribu xhosa), Makeba grabó su primer disco simple en 1953, junto a los Black Manhattan Brothers. Su carrera dio un salto en 1959, cuando participó en el musical African Jazz and Variety y en el documental Come back Africa, que le valió invitaciones de todo el mundo. En los Estados Unidos, el cantante y defensor de los derechos civiles Harry Belafonte le pidió que lo acompañara en una serie de actuaciones en el Carnegie Hall, de Nueva York. En 1960, el gobierno racista de Sudáfrica le revocó su pasaporte cuando intentaba regresar para el entierro de su madre. En 1963 denunció ante la Asamblea de las Naciones Unidas “la pesadilla de brutalidad policial y terrorismo oficial” en su país. Su carrera artística progresaba en Estados Unidos al mismo ritmo que su popularidad, a tal punto que su corte de pelo dio origen a la moda de Afrolook, que adoptaron los afroamericanos.
Makeba contrajo matrimonio con el activista por los derechos civiles Stokely Carmichael, propulsor del concepto de “black power” y luego integrante de las Panteras Negras. Este vínculo puso a Makeba en las listas negras. Su compañía discográfica, RCA, le rescindió el contrato y se cancelaron sus conciertos. El matrimonio decidió entonces mudarse a Guinea, donde Carmichael llegaría a desempeñarse como ayudante del primer ministro Ahmed Sekou Touré. En 1975, la cantante trabajó durante un año como delegada de Guinea en la ONU. Poco después, su popularidad volvió a trepar cuando apareció junto a Paul Simon en la gira que hizo el cantante norteamericano a raíz de la edición de su disco Graceland y en 1988 se levantó en Sudáfrica la prohibición que pesaba sobre sus discos. Tras la liberación de Mandela de prisión, Makeba regresó a su tierra, donde en abril de 1991 ofreció allí su primer recital tras una ausencia de treinta años. En 1995 fundó una organización para recaudar fondos para la protección de las mujeres sudafricanas, pero su carrera musical no se detuvo: en 1997 volvió a cantar con Harry Belafonte en el Madison Square Garden de Nueva York y en 2000 se editó Homeland, disco nominado a un premio Grammy como mejor álbum en el rubro Música del Mundo.
(foto Página 12)

Crítica – Culturas, 11 de noviembre de 2008
Murió Miriam Makeba, la creadora del “Pata Pata

Mamá África se fue con el puño en alto
Prohibida en su país, Sudáfrica, durante el apartheid, luchó contra el racismo desde el exilio y luego siguió, imparable, hasta que la muerte la encontró cantando contra la mafia y la discriminación. Por Osvaldo Bazán.

La voz de un continente. Tenía 76 años y cantaba contra el maltrato a los inmigrantes, la mafia y la injusticia social. El mundo la llora.
En el aeropuerto de Ciudad del Cabo sonaba una versión muzak de “Pata Pata”. Fue la bienvenida al continente africano. Los diez días que estuve en Sudáfrica, Miriam Makeba se convertiría en una presencia inevitable. En el Shopping de Johannesburgo también sonaban sus canciones. Y en los deslumbrantes seis estrellas de Sin City. Y en una ruta perdida de un parque nacional a trescientos kilómetros de Ciudad del Cabo, un grupo de diez chicos rapeaba canciones que, cuando pregunté, resultaron ser grandes éxitos de Miriam. Grandes y chicos negros, en ese país que conocí a diez años de haberse librado del apartheid y que mantenía, todavía, muchos de sus gestos increíbles para todos los que no lo habían vivido, adoraban a Makeba tanto como a Nelson Mandela.
Ahí, en el punto en que el Atlántico y el Índico se confunden, el guía rio con el grupo de periodistas argentinos que intentaban bailar el “Pata Pata”. Y nos contó la historia de una cantante que había nacido en 1932 y que era, para ellos, mucho más que un hit para el momento más divertido de una fiesta, como era para nosotros. Más allá de esa canción que Isidoro Cañones bailaba con Cachorra en un idílico Mau Mau, Miriam era una especie de Mercedes Sosa africana, con historia de exilio incluida. Todo comenzó, dijo el guía en una sobremesa de omelette de huevo de avestruz y show zulú for export, cuando en una Sudáfrica en donde los negros eran sólo divertimento y esclavos para blancos, cuando Miriam formó el grupo The Manhattan Brothers, una banda de soul y gospel con tonada africana.
La unión con los parientes lejanos de América se profundizó con la nueva banda de la cantante, The Skylarks, en donde la música africana y el jazz se volvieron a reconocer como lo que son, primos cercanos, sangre de la misma sangre violada y esclavizada. El reclamo artístico pasó a ser político y mientras los Panteras Negras levantaban sus puños en Estados Unidos, en Sudáfrica Miriam levantaba su voz. Tanto que el gobierno sudafricano le quitó la ciudadanía. Fueron treinta y un años de exilio en Estados Unidos, ayudados por el superéxito internacional del “Pata Pata”, canción que ostentaba el raro mérito de contar con un baile propio y que inició para el pop occidental el redescubrimiento de las raíces africanas, sin perder la alegría que el movimiento popular exige. Lo que el pop no supo, lo que las listas de venta de todo el mundo no supieron, es que la canción había sido escrita en las horribles condiciones del apartheid, once años antes. Su éxito anunciaba todo lo que los sojuzgados sudafricanos tenían para dar al mundo.
En 1965, Miriam –contó el guía y todos escuchábamos en silencio, no sólo porque el omelette de huevo de avestruz cae pesado- fue la primera mujer africana que ganó un Grammy, compartido con su compañero de lucha, Harry Belafonte. Estuvo en todos los escenarios del mundo pero en ninguno brilló tanto como en el estrado de la Asamblea General de Naciones Unidas, en donde denunció el apartheid y la segregación racial en su país. Era lo que le faltaba al régimen de terror sudafricano para prohibir hasta la emisión de sus canciones por radio. No importó, el pueblo las conocía de memoria, las versionaba con ritmos nuevos, la veneraba como se venera a los artistas: manteniendo viva su obra.
Cuando en 1990 volvió al país, después de la liberación de Nelson Mandela, fue recibida con los honores de una reina. O mejor, con los honores de su verdadero título: Mamá África.
La última noticia llega desde Castel Volturno, una ciudad del sur italiano. Ahí, el domingo Miriam, siempre atenta al dolor de los que sufren, estaba dando un concierto en apoyo al escritor Roberto Saviano, amenazado por la camorra, y contra el racismo. Un poco antes del recital se había sentido mal, pero igual decidió cantar durante la media hora que había prometido. Cumplió, como siempre. Sólo que al final debió ser trasladada de urgencia al hospital de la ciudad, en donde sufrió un ataque al corazón. No sé qué estará haciendo ahora aquel guía, aquellos chicos que cantaban a capela y no paraban de bailar. Pero supongo que estarán un poco tristes. Como todos.

Adeus, Miriam Makeba

Por Nicolás Fernández Bravo
nhicuf@arnet.com.ar

Hace tan solo un rato, me enteré que Miriam Makeba falleció a los 76 años de edad, después de participar de un concierto en contra de la camorra, en Italia. Puede parecer oportunista querer recordarla en momentos de aparentes victorias de color. Me tiene bastante sin cuidado detenerme a pensar qué es oportuno y qué no: después de todo, no está tan mal que las oportunidades sirvan para algo. Incluso para que en la tribu de los escépticos – a la cual circunstancialmente pertenezca, aunque a veces no, como toda forma de identificación – podamos compartir cómo nos volvimos miembros y explicar cuáles fueron nuestros ritos de pasaje. Escuché una vez que “un pesimista es un optimista con experiencia”. Tal vez haya algo de ello en querer, en seguir queriendo, que en este costado del mundo se le preste atención y con seriedad, a las distintas formas de estar en el mundo, además de a las "propias".
Miriam Makeba fue acaso la primera mujer que me hizo prestar seriamente atención a esa parte del mundo que convencionalmente llamamos África: fue a través de su voz grabada en un cassette que aún guardo con cariño. Ese acontecimiento, quiera o no, marcó bastante mi vida. Fue así que, por primera vez, escuché hablar del colonialismo. Con una voz bellísima, una mujer introducía en inglés una canción ritual africana. Lo hacía diciendo que en su aldea natal, en Johannesburgo, existe una canción que siempre cantamos cuando una chica joven se casa. Esta canción (The Click Song, para quienes no la conocen) se hizo famosa en los 60s y en cierto modo se burla de los ingleses, quienes no pueden pronunciar los ‘clicks’ propios del idioma xhosa. La canción propiamente, es muy sencilla: informa que el brujo llegó a la aldea, con lo cual el casamiento se podrá realizar. Este breve poema – en el que están presentes y sin estereotipos la historia, el colonialismo, el ritual, la resistencia, las lenguas, la burla, el amor, el campo, la ciudad – es una condensación de significados que aprendí antes, incluso, de saber interpretarlos en clave antropológica. Ese objeto (el cassette) fue un fetiche en mi adolescencia temprana, en la cual la posibilidad de imaginar seriamente a los africanos era más bien limitada. Como ahora. No obstante, tenía la certeza intuitiva de saber que se trataba de un fetiche prestigioso: la poesía y la música así me lo hacían sentir. Aún hoy, muchos antropólogos compran en el mercado fetiches berretas y montan escenarios deslumbrantes sobre las ingeniosas trampas que les tienden “los subalternos”.
Tal vez le deba a Miriam Makeba algo más que el oído musical y el juicio crítico: le debo la espontaneidad de saber, de suponer, de desear que haya muchas formas de estar en el mundo. Es a partir de esta bella sensación de conversar con la diferencia, que su defensa devino en conocimiento activista. Pues, ¿cómo no defender la posibilidad de escuchar poesías tan bellas? Sólo así me fue posible indagar más en su producción y toparme con otros clásicos como “A luta continua” o “Ndodemnyama (Beware, Verwoerd!)”, en donde la evidente politización de las letras se encuentra a la altura de las canciones de aldea y el djiu de galinha.
Verdadera adelantada de la world music, Makeba y la industria discográfica que se montó a su lado realizaron versiones increíbles: adaptaciones pop, cambios tradicionalistas, versiones en francés, portugués, italiano. En el Río de la Plata, su difusión no fue tan importante como en Europa y Estados Unidos, en donde se transformó en un ícono y llegó a ocupar los primeros puestos de esos rankings que nunca supe muy bien qué explicaban. Incluso así, para muchos el Pata Pata existe en el registro de la memoria, independientemente de saber o no que quien compusiera esa canción tuvo que exiliarse de Sudáfrica por luchar contra el irracional racismo durante la vigencia del apartheid.
No sé si esto es un homenaje. Es lo que es. Para aburrir un poco menos, comparto otra parte de la historia: cuando el genial Paul Simon decidió dar ese fantástico concierto en Harare en 1986, en lo que sería un festejo anticipado de la caída del régimen de Pretoria. Cuando compré ese disco (ya más consciente de las reglas del mercado, etc.), me di cuenta de que no era ya solo una circunstancia lo que estaba frente a mí, sino una sana voracidad cognitiva con acento africano. Allí, http://www.youtube.com/watch?v=ow40LQs0ue4 Miriam Makeba grabó este video (¿qué seríamos sin You Tube?). Entiendo perfectamente que N’Kosi Sikeleli es el common place africanista, pero (otra vez): ¿no hay que aprovechar las oportunidades?
Ah, por cierto, la segunda mujer que me hizo prestar seriamente atención a “esa parte del mundo”, para alegría de las Miriams, fue Cesaria Évora.