martes, 2 de septiembre de 2008

Africa: Imágenes miserabilistas

Esta nota de Nicolás Fernández Bravo apareció hace unos años en La Nación, como respuesta a otra del periodista Joaquín Morales Solá. Su vigencia, sin embargo, se mantiene incólume y dará pie para otras reflexiones en base a notas y libros sobre Africa aparecidos recientemente. Las ideas de Nicolás advierten el mismo fenómeno y complementan el análisis que hice en un artículo que trataba, entre otros temas, sobre los temores en los medios de comunicación acerca de una supuesta "africanización" de la Argentina durante la crisis económica del 2001-2002. Los chistes que ilustran la entrada son algunos de los varios que sobre esta temática aparecieron en los principales diarios porteños de la época.
Sobre el esencialismo de la “miseria Africana”: Una respuesta a las comparaciones miserables
Por Nicolás Fernández Bravo.

Se ha vuelto lugar común en ciertos ámbitos de la opinión pública, comparar la crisis por la que atraviesa Argentina con “Africa”. Desde que la Argentina ocupa la primera posición en el ranking de deudas externas incobrables, desplazando así a Nigeria, y desde que muchos se dieron cuenta de que en el Gran Chaco la gente pasa hambre al igual que en Uganda, las comparaciones no han dejado de multiplicarse. Parecería ser que se ha descubierto un nuevo concepto para explicar las consecuencias sociales del deterioro de los niveles éticos de las elites locales: el de la “africanización” de Argentina. Ante un aluvión semejante de comparaciones, surge una pregunta: ¿a qué se refiere el periodismo cuando compara contextos no solo diferentes, sino fundamentalmente ignorados? Más específicamente: ¿qué se conoce en Argentina sobre “África”, y sobre qué elementos se basan estas analogías?
Por motivos de índole histórica y política, los vínculos entre Argentina y los distintos países africanos han devenido en relaciones marginales y casi inexistentes. El significado del concepto “Africa” se encuentra hoy atrapado por una pesada carga ideológica - tal vez debido a la poca visibilidad y difíciles condiciones de trabajo de los africanistas en Argentina, quienes sí están preocupados en profundizar estas relaciones. Con la excepción de un grupo de estudiosos contemporáneos, interesados en las migraciones, las religiones afro y quienes rastrean los componentes africanos del Tango, la idea de “África” tiene un sentido difuso, incluso entre los “expertos”. Este sentido, inculcado a partir de una escasa atención en los distintos niveles de la enseñanza, se ha ido alimentando últimamente desde los medios masivos de comunicación. No se trata de un fenómeno particular de la Argentina: en muchos otros países, África también ocupa el lugar de la miseria, la pobreza y las endémicas guerras denominadas tribales. Difícilmente haya espacio entre los párrafos del sensacionalismo, para explicar la genealogía de al menos algunos problemas africanos. Por cierto: no son pocos los que han dedicado esfuerzos para combatir las diferentes versiones del racismo, incluso aquellas disfrazadas de corrección política. En vistas de acontecimientos como este, podemos decir que el éxito de esta lucha es al menos parcial. La generalización, en el caso del discurso de algunos periodistas, es funcional a las formas más primitivas del evolucionismo decimonónico – un paradigma que, si bien obsoleto y errado, no deja de tener asidero entre algunas corrientes de la psicología genética, en algunas versiones de la historia comparada y en determinados ámbitos del servicio diplomático.

Para el caso de Argentina, a esto se le suman dos problemas: un pretendido mito que, en lo fundamental, sostiene que en Argentina no hay discriminación racial hacia los negros, y un espeluznante desconocimiento sobre la compleja realidad africana. Estos dos problemas operan para construir lo que las distintas disciplinas que estudian la historia de la cultura llaman escencialismo. Así, habría una esencia africana que sirve de “resumen” para explicar “cómo es el africano”. Es a partir de esta construcción ideológica de África y los africanos, probablemente, que muchos opinólogos hablan.
Tomemos por ejemplo, el discurso recientemente publicado nada menos que en la primer plana de uno de los principales diarios de Buenos Aires[ el cual – es necesario destacar – no es mas que un ejemplo entre tantos otros. Sorprende su impactante titular: “Entre la miseria africana y la indiferencia feudal”. Ya en los párrafos siguientes, y a propósito de los niveles de desnutrición infantil, el autor se refiere a la capital de la provincia de Tucumán como un ámbito sumido “bajo la sombra de un insoportable tendal de moscas”, donde los empleados públicos recorren las calles “para abrir las bolsas de basura” y donde “los niños mueren de hambre” – tal como sucede “en África”, se infiere lógicamente. Solo faltaría la consabida correlación que para muchos existe entre miseria, calor tropical y vagancia. Lejos de querer discutir estas impresiones, pues nadie duda que los periodistas suelen manejarse a partir de aquello que impresiona (y en Tucumán, efectivamente, hace calor), interesa preguntar: ¿a que “África” se refiere Morales Solá? ¿A Marrakesh? ¿Al pujante y salvaje capitalismo de Johanesburgo? Tal vez se haya querido decir: “una aldea rural en Mali”, o “las afueras de una capital distrital en las islas de Cabo Verde”. En términos geográficos, todo ello entra bajo la categoría Africa. Sólo que las cosas cambian sustancialmente cuando de sociedades se trata.

De cualquier modo, sucede que la generalización se realiza siempre a partir de una imagen fosilizada de África, un África esencialmente miserable. Como si no existiese la diversidad, y como si la miseria en si fuese un atributo de la africanidad.
En este sentido, resulta particularmente lamentable la incapacidad de asumir la propia forma de la miseria. Si se trata de una miseria miserable, como la que padecen muchos argentinos, la comparación se tiene que realizar, de ser posible, con Marte. La miseria en Argentina es tan geográficamente incomprensible como políticamente motivada, fruto de una historia de desigualdades y voces silenciadas. Seguramente las complicidades internacionales hayan sido buenas aliadas de la cleptocracia vernácula, pero no se trata de buscar culpables fáciles o conspiraciones diabólicas. Antes bien convendría empezar por comprender cómo nos construimos a nosotros mismos a interior del envase jurídico territorial que llamamos “nación Argentina”. Quizás esta percepción de la propia sociedad también se asiente en aquél mecanismo esencializador: el de una Nación “europeizada” y “blanca” que recién en Diciembre de 2001 parece haberse dado cuenta de las bases de su propia y corrosiva miseria.

Definitivamente, la miseria en la Argentina existe desde hace tiempo y bajo múltiples formas. La “miseria” de la Argentina – un paraíso alimentario que bien podría abastecer a 300 millones de personas – dista bastante de las poco fértiles mesetas del Sudán meridional. Si se han de comparar Argentina y “África”, habría que señalar que descansan sobre geografías del todo diferentes – lo cual hace de la Argentina un caso especialmente absurdo. Aunque, en cualquier caso, el hambre es ante todo una cuestión política, donde la geografía suele operar como excusa simplificadora de un problema que no admite simplificación.

Nota publicada en Septiembre de 2002 por el diario La Nación como respuesta a una columna de Joaquín Morales Solá