sábado, 26 de julio de 2008

Fiebre Negra (2) -Nota en el diario Critica de hoy

Fiebre negra - Miguel Rosenzvit
“Usaron a los negros como carne de cañón”
El autor rescata para la ficción la vida en Buenos Aires del siglo XIX. Las mentiras sobre la desaparición de los afrodescendientes.
Iván Schuliaquer

Miguel Rosenzvit

“Me interesaba poner a rodar una historia en una Buenos Aires llena de negros y preguntar ¿qué significaba en ese momento ser negro?”, asegura Miguel Rosenzvit. Recién publicada por Editorial Planeta, la novela cuenta una cruda historia de amor imposible, que permite mostrar la cotidianidad de una comunidad olvidada en la memoria del siglo XIX y en la actualidad: la de los negros argentinos.
Rosenzvit es porteño, graduado en computación. Hace poco más de diez años, decidió dejar un trabajo bien pago para dedicarse de lleno a la literatura. Al principio, salió a vender sus libros de poemas y cuentos por los bares. Luego, se dedicó a dar talleres literarios. Locuaz y entusiasmado con el tema que decidió tratar, el escritor recibió a Crítica de la Argentina en su departamento, a metros del Parque Centenario.
–¿De qué trata el libro?
–Toca dos hechos muy oscuros de la historia argentina: la supuesta desaparición de los negros de Buenos Aires y la administración de la crisis durante la epidemia de la fiebre amarilla en 1871. Así, desde la ficción, se trata la participación de los negros en Buenos Aires. Para eso se parte de una verdad que pone contra las cuerdas a la historia oficial: según los censos oficiales de la década de 1840, Buenos Aires tenía más de un 30 por ciento de negros. Entonces, narrar cualquier cosa en esa época tiene que llenar el relato de negros, más allá de que se persiga o no el dato antropológico de su extinción.
–¿Por qué decidió contar la historia de los negros?
–Miriam Gómez, que es una afroargentina, decía que Félix Luna tiene la tesis de que cuando termina la esclavitud se acaban los negros. Entonces, apareció mi sospecha de que falta contar algo. El espejo es Uruguay. Porque cuando uno empieza a preguntar sobre Brasil dicen: “No, lo que pasa es que ahí había plantaciones. Acá eran todos servidumbre, los trataban rebien, se casaron con blancos y se mezclaron”. Y en Montevideo parece que también los trataron rebien y se mezclaron, pero son un montón: la cultura afrouruguaya es importantísima, y acá parecería que no existen. Pero apenas empezás a investigar, te das cuenta de la cantidad de barbaridades que se dicen. Un dato importante es que la libertad de vientres es de 1813, pero la abolición definitiva de la esclavitud es en 1860. En esos cuarenta y pico de años nace un negro de vientre esclavo y es libre. Pero, ¿qué significa tener un año y medio y ser libre? ¡Merece ser estudiado!
–¿Y cuáles son los argumentos para hablar de la extinción?
–Yo lo divido en tres categorías. La primera son las pavadas que dan vergüenza: por ejemplo, que no soportaban el clima. ¡Y en libros serios! En Nueva York hace 15 grados bajo cero y está lleno de negros, pero acá no soportaban el clima. Luego, usan palabras capciosas. Por ejemplo, proclividad. Tenían proclividad a las pestes, proclividad a la prostitución. ¿Qué significa eso? ¿Que tenían genes de puta? Y está la categoría de las verdades a medias. La principal: murieron en las guerras y después en las pestes.
–¿Y cuál es la tercera categoría?
–En principio son las dos hipótesis que manejan las investigaciones más modernas y más serias: la de la invisibilidad y la del genocidio. Y la invisibilidad es muy interesante porque es muy analogable a hoy. Por ejemplo, los cartoneros. Están por todos lados, es una situación terrible y mayoritaria, cualquier censo dice que son 300 o 400 mil. Si te metés medio segundo te parte el alma. Entonces, salís. Y ahí los invisibilizás.
–¿Y qué lugar ocupaban los negros en el siglo XIX?
–Eran importantísimos y Buenos Aires estaba llena de negros. Había periodistas negros, músicos, profesionales. Y muchísimos soldados. Porque no bien se dieron cuenta de que eran como cualquier otro ser humano y que encima eran ágiles, habilidosos y patriotas, convenía sumarlos. San Martín mandó a censar qué cantidad de negros disponibles había para reclutar. Pero para los amos un esclavo representaba mucho dinero porque como eran habilidosos, les enseñaban un oficio, los mandaban a trabajar y se quedaban con el ciento por ciento. Y el estudio dice que en 1816 había disponibles –soldados, varones, fuertes y sanos– 400 mil negros. La situación del negro es distinta a la del indio porque siempre se habla de la invasión y del enfrentamiento, y es un tema que está.
–Entonces, ¿qué pasó con los negros?
–Hay medio siglo de la historia que se saltea, entre 1810 y 1860, en la construcción de la Argentina. Y es un tiempo de muchísima violencia y guerra. El tema de la participación del negro en el ejército es tan fuerte y obvia que es aceptada por la historia oficial. Dice, los negros murieron en la guerra y fueron usados como carne de cañón. San Martín llevó a sus campañas la misma cantidad de negros que de blancos. Siete años después, regresaron miles y miles de blancos victoriosos, y un puñado de 183 negros.
–¿Cómo hizo ese traslado a la ficción?
–A mí no me interesaba para nada hacer un panfleto. De hecho, Joaquín, el protagonista, es negro y moralmente ambivalente como somos todos. Tiene momentos de bondad y solidaridad, y otros de egoísmo y escasez. Me interesaba poner a rodar una historia en el marco de una Buenos Aires llena de negros y preguntar ¿qué significaba en ese momento ser negro? Bueno, ser liberto sobre todo. Y convivir con los blancos porque está toda la parte del prejuicio, pero también la de la atracción.
El amor o cómo ser negro y morir en el intento de amar
Dos mujeres están por parir. Una putea a otra, que para ella no es una persona: es su esclava, y no está a su lado en el horrible momento en el que está por dar a luz a Valeria. La otra está en la misma situación, pero por los gritos de su ama –que no para de repetir “puta que te parió”– se para e intenta retener a Joaquín, que está por venir como anuncia su cabeza. Así llegan a Buenos Aires, en 1820, casi al mismo tiempo, dos sujetos libres. Una, mujer y de familia acomodada; otro, hijo de madre esclava, negro, pero libre (al menos por ley). Fiebre negra comienza así, con imágenes fuertes que se sucederán una tras otra en un libro que con un ritmo vertiginoso que describe con una violencia hacia los negros, de a ratos insoportable, que impregna el relato de comienzo a fin.
La novela se conforma de dos narraciones: la que transcurre en el siglo XIX y habla de la vida de Valeria y de Joaquín, y la de una antropóloga que narra en primera persona –desde 2008– sus desamores, pero también la ignorancia generalizada que hay sobre la presencia de los negros en el momento en que decide comenzar a investigarlos (o sea, hoy).Si una nación se construye sobre ciertos olvidos, el de los negros en la Argentina es un caso paradigmático. Tal es así que el mundo narrativo pareciera ser extraño a la historia nacional, pese a que cumple de manera rigurosa con la ambientación de una época en la que más del 30 por ciento de la población era negra. Ese lapso desde 1820 hasta 1871, con la epidemia de fiebre amarilla, se permite saltos de años en años sin por eso perder el hilo de las historias que se cuentan.
En esa realidad, Joaquín aceptará su destino como liberto y como negro sin resignación. No cuestionará los castigos ni su rol de eterno sospechoso por su color de piel. Luego, con abnegación, se enrolará en el ejército, matará sin remordimientos y cumplirá cuanta orden reciba por más suicida que sea.
En la historia de amor con Valeria será paciente también, pese a sus deseos. Ella será más atrevida a la hora de cruzar fronteras. Aunque por su condición de mujer, su posición será sólo un poco más cómoda.
Así escribe
“Juntate con gente como vos”
Don Arturo, al verlos llegar, apartó de un empujón a Joaquín, que cayó sentado, y ayudó a bajar a su hijita.
–¡Papá! –lo amonestó Valeria.
–¿Cuántas veces te lo tengo que decir? –en la voz de Don Beltrán se mezclaban el alivio y el reproche–. ¿Te lastimó? ¡Mirá cómo estás toda rotosa!
–No me lastimó, papá, Joaquín me salvó. Si no hubiera sido por él...
–Te engatusan, hija, ya lo vas a entender, pero por ahora te lo tengo que ordenar: tenés que juntarte con gente como vos, como yo...Mimí se agachó hacia Joaquín, que en ese instante se ponía de pie y no se dejaba consolar. El médico señaló hacia ellos y habló al oído de uno de los policías.
–Permiso, señora –dijo el vigilante, apartando a Mimí–. ¿Es éste, doctor?
–Sí.
–¿Dónde vivís, mocoso?
–En lo de Beltrán, señor –respondió Joaquín.
–No es mío –intervino Beltrán–. Es de la madre.
–¿Es usted, señora?
–No, es mi hermana –respondió Mimí.
–¡Negros ladrones! –se escuchó un grito desde la gente.
–¿Qué edad tenés?
–Once años, señor.
–Pregúntele por el otro caballo, agente –dijo el doctor.
–Lo perdí, señor –se apuró a responder Joaquín–. Fue culpa mía.
–No –dijo Valeria, pero después se quedó en silencio. Si decía que había sido su caballo, o que lo habían alcanzado los perros, o cualquier otra cosa habría sido peor.

Fuente: http://www.criticadigital.com.ar/impresa/index.php?secc=nota&nid=8765