miércoles, 16 de julio de 2008

Vida Negra (2) - Comentarios críticos a la nota de Crítica

El pseuriodismo y “los africanos”: (Nuevos) comentarios críticos sobre la (no tan nueva) nota de la revista del diario Crítica.

Nicolás Fernández Bravo
nhicuf@arnet.com.ar

Una vez más, el periodismo en Argentina descubre que hay negros en Buenos Aires. Como si de un reflejo impresionista se tratara, “describe lo exótico” sin el menor reparo profesional. El pasado domingo 13 de julio, una nueva nota que poca información relevante aporta a las que circunstancialmente aparecen en medios nacionales, aborda el mentado “tema” de la discriminación. Tal vez como fruto de las políticas de la declamación tan en boga en los últimos tiempos, el eje de la nota está puesto en las denuncias por discriminación. “Qué barbaridad”, “algo habría que hacer”, “no se puede creer, ché”, “pero mirá vos!” – parecerían ser la conclusiones a la que se llega luego de su lectura.
La nota publicada por Cicco (ese es su apodo, no hay un nombre real ni un correo electrónico; lamentablemente la nota no está en internet) puede ser cuestionada desde al menos tres perspectivas: la periodística, la documental y la antropológica. En este ejercicio de taxonomía argumental, estoy dejando por fuera la valoración estilística del uso del lenguaje periodístico.
Periodísticamente hablando, entiendo que una nota de una revista dominical debe dar cuenta de aquellos temas de actualidad que, por su tratamiento o por su grado de inmediatez, ameritan un enfoque diferente (¿profundo?) de la noticia convencional. No obstante, es considerable pensar que una revista dominical “toca” temas de actualidad. Una comparación de las principales notas de la revista, aporta los siguientes datos: en su edición del 13 de julio se publicó una nota sobre un ex carcelero de la guerrilla colombiana (asociada a la reciente liberación de Ingrid Bettancourt), un reportaje a Gastón Gaudio (deportista de actualidad a punto de volver al circuito internacional de tenis), y una crónica sobre el aprendizaje del manejo de automóviles en Buenos Aires (temática asociada al elevado número de accidentes y muertes en la vía pública).
En este sentido, una nota sobre la discriminación hacia las y los afro-descendientes e inmigrantes recientes, debería estar asociada a alguna forma de actualidad. Podríamos inferir que la noticia es que “hay negros en la Argentina”, o bien que “hay discriminación”. Dado que como novedad es poco novedosa, la nota se ubica entre el periodismo de investigación y la actualidad. Resulta paradójico que frente al hecho tan evidente de la visibilidad (que da origen a la nota) y el accionar diverso de la diáspora africana (en el campo político como luchadores, en lo económico como agentes, en lo cultural como artistas y en lo pedagógico como maestros y educadores), la nota sea recurrente en la “invisibilidad” y en la “denuncia”. Como si no hubiera escuelas de danza afro, organizaciones de afro-descendientes y negocios desarrollados por africanos. Pareciera ser que, cuando los negros participan activamente de la esfera pública en festivales, conferencias, educación, negocios, debates, etc., la noticia es que el vecino de la esquina le dijo “negro de mierda”. Las novedades asociadas a mundo africano parecieran ser, por naturaleza, “afro-pesimistas” o “afro-victimizantes”.

Del mismo modo, resulta un tanto ingrato retratar a una personalidad de la envergadura y la trayectoria de María Magdalena Lamadrid, a partir de la violencia con la que – en 1969 – ubicó de un puñetazo a una “coqueta señora” que le había proferido un improperio cargado de racismo. La violencia amerita un abordaje adecuado. Sin un tratamiento serio, la violencia cae en los lugares comunes que tanto mal le han hecho a los negros en todo el mundo. La lectura de clásicos como Frantz Fanon y de intérpretes contemporáneos como Homi Bhabha, podrían aportar algunas ideas para explicar las razones históricas de la violencia social en función del color de la piel, sin tener que recurrir a anécdotas menores sobre situaciones discretas (mucho menos en letra de molde). Este modo de ver las cosas termina por generar un círculo de violencia entre vecinos y vecinas, sin que la responsabilidad se retire de la escena doméstica-tribal. Nunca es tarde para recordar que el genocidio de Rwanda, que en 1994 cobró la vida de aproximadamente 1 millón de personas, fue retratado por los más prestigiosos medios internacionales, como “una guerra entre tribus de negros”. La explicación del proceso histórico que condujo a esta situación, (de la que participaron europeos, africanos y asiáticos) como la matriz de pensamiento que primó en las decisiones que llevaron a la comunidad internacional a retirarse de la escena en el momento de mayor violencia política, estuvo radicalmente ausente: invisible. Está claro que el periodismo irresponsable no es el único actor a señalar en casos extremos como este, pero las personas que toman decisiones también viven en familias que toman el desayuno en sus casas leyendo revistas dominicales.
Luego de leer la nota, parecería ser que las principales acciones realizadas por las organizaciones, agrupaciones e individuos africanos y afro-descendientes, han sido: 1) la queja y 2) el lamento. Un periodista profesional debe manejar el arte de preguntar y no conformarse con los datos según se presentan ante la impresión de sus ojos, dado que – afirman periodistas rigurosos como Kapuscinski – la realidad suele ser más compleja de lo que aparenta. De lo contrario, la función social del periodismo – esto es, informar – más bien alimenta los estereotipos que tanto parecen irritarle al periodista en cuestión. Conviene entonces preguntar quién queda como el culo en una revista de este tipo: si la clase dirigente que pretendió desarrollar un modelo de sociedad en el contexto histórico del evolucionismo social, o si un periodista “comprometido” con un “análisis trasgresor” de nuestros próceres… 150 años después.

Es prácticamente parte del sentido común progresista cuestionar los modelos sociales del siglo XIX, incluso con las herramientas combativas de la actualidad, como la palabra. Pero también es importante saber los riesgos que supone el uso alegre de comentarios historiográficos en una revista dominical. Una adecuada lectura de Las Bases de Alberdi o el Facundo de Sarmiento, permitiría un análisis algo más interesante de su legado que un conjunto verborrágico de insultos hacia individuos que – no debemos olvidar – ni siquiera están en condiciones de enviar una carta de lectores.
Si se tratara de un análisis histórico (y aunque el periodismo no lo sea), al menos se deberían citar fuentes que permitan minimizar el uso de apoyaturas oscurantistas tales como “se calcula” o “aparentemente”, por mencionar algunas. Rigurosidades de este mismo tenor son las que han permitido afirmar, sin el menor reparo, que “se calcula que todos los negros son bastante primitivos”, o que “aparentemente están más cerca de la naturaleza, como tantas otras tribus”. A veces parece que el periodismo construye la realidad sobre la base de “me dijeron de que”, “parece de que”, “escuché que escucharon que alguien escuchó de que”. Si es este campo argumental que se pretende cuestionar, es importante hacerlo de modo tal que la crítica emplee una lógica diferente. El uso de adjetivos calificativos como “racista garca que los trata como el ojete”, aunque parezcan envalentonados por la toma de partido, bastante poco contribuyen a explicar los motivos por los cuales los mecanismos de discriminación se generaron, y se reproducen en la actualidad.
De todos los juicios de valor presentes en la nota, el comentario sobre la visión “light” acerca del racismo, es la que tal vez amerite mayor atención. Denominar “light” a la lucha coherente y comprometida desarrollada por Víctor Bille en los últimos 13 años en la Argentina, es poco más que una falta de respeto. Lo grave es que, desde el poder que otorga escribir desde un medio masivo de comunicación, Cicco identifica a personas que desconoce con adjetivos calificativos inadecuados. Y eso trae consecuencias. Escribir palabras contundentes como “mierda” o “hijos de puta” genera una sensación de fuerte compromiso (probablemente sea más cómodo que poner el cuerpo, sabiendo del compromiso real que demuestran algunos periodistas con ciertos temas el día después de la edición de su nota) que debería contrastar con el liviano hecho de haber dedicado esfuerzos sobrehumanos para construir espacios en los que la conversación, la solidaridad y el respeto – y no el legítimo resentimiento – sean el motor del diálogo con la diversidad humana. Me pregunto si el periodista considera que su nota es “strong”, o si ser uno de los pocos interlocutores serios del poder político en un campo complejo es una función secundaria.
Desde un punto de vista antropológico, los comentarios sobre los patrones de migración, los estereotipos nacionales, sus gentilicios y el uso de las fuentes a partir de información oral, no hacen más que remachar el mismo clavo que se pretende cuestionar a base de improperios. Investigadoras como Marta Maffia (la diputada que estuvo trabajando desde la Legislatura para encontrar una solución al problema del desalojo del Movimiento Afro Cultural se llama Diana y se apellida Maffia), han demostrado lo complejo de los patrones migratorios actuales, los cuales hacen difícil inferir generalidades sobre las características de los migrantes contemporáneos – y mucho menos sobre sus sueños. Otras investigadoras de África contemporánea, como Marisa Pineau y Luciana Contarino, han invertido mucho tiempo en la formación académica para desmitificar el esencialismo que asocia nacionalidades, etnias y tribus, a comportamientos homogéneos. Si bien la coyuntura del mercado de trabajo y las redes sociales facilita que muchos senegaleses vendan artesanías y otros tantos nigerianos usen su inglés para conseguir un empleo, es un tanto peligroso afirmar que “cada africano tiene su especialidad”, y que por lo tanto “suelen” trabajar de esto o aquello. Sería equiparable a afirmar que los nativos de periodistilandia que no tienen una especialidad, suelen escribir sobre temas que no les interesan y disimulan su desconocimiento con palabras contundentes.Por último, es importante volver al rol social de los periodistas, que es diferente del rol de un dirigente político o el de un investigador. Formar opinión es una tarea de tal responsabilidad, que debería existir un mecanismo para medir las consecuencias de un mal ejercicio de la profesión, del mismo modo que un médico debe dar cuenta ante la mala praxis. El campo africanista es un excelente ejemplo del daño que el periodismo sensacionalista les ha causado no solo a los africanos, sino a la humanidad en general que, sedienta de curiosidad y exotismo, ve a un persona (reparemos en el concepto: persona) cuya piel es negra u oscura, y comienza a desarrollar una larga serie de fantasías. Las opciones podrían ser distintas: ver a una persona diferente y ser hospitalario, ver a un africano e imaginar su valentía, ver a una hermosa mujer negra y suponerla ingeniera, encontrarse con un inmigrante y preguntarle si necesita una mano para entender a una sociedad contradictoria hasta la exasperación como lo es la Argentina. Pero no: parece que los africanos se encuentran condenados a ser reproducidos por el sentido común de izquierda a derecha. Revertir esta situación o denunciar su injusticia (ese parecería ser el objeto de la nota de Cicco) es una tarea casi tan importante como informar su existencia.
El contexto del desalojo del Movimiento Afro Cultural, al cual se dedica pobremente el último de los párrafos, así como también la falta de idoneidad para señalar las coincidencias entre los distintos grupos y personas entrevistadas o las distintas acciones inteligentes y creativas que se desarrollan a diario, deberían ser parte de una buena estrategia de información, responsable y comprometida. Eventualmente podría aportar al contenido de una noticia interesante sobre aquello que hacen los negros, que se deslice suavemente desde el lenguaje del padecimiento hacia el de la acción. Es (nuevamente) una pena que siete hojas con texto e imágenes se hayan vuelto a desperdiciar para informar que hay discriminación en la Argentina. Y nada más.

Nicolás Fernández Bravo es antropólogo y docente de historia contemporánea de Asia y África (UBA). Fue director de la oficina del Centro Carter en Mozambique y trabajó en el campo de los derechos humanos en Mozambique, Angola y Sudáfrica. Actualmente asesora al Movimiento de la Diáspora Africana en la Argentina.