lunes, 5 de mayo de 2008

Imágenes de Africa: El horror, el horror (I)

Realidad de Africa e imagen(es) de Africa. La guerra y el hambre, son, sin duda, parte de la realidad africana. Pero por estos lares, y supongo que en otros, son la única imagen que nos llega. Entre una descripción de la realidad y el voyeurismo sádico, este libro singular. Abajo, un interesante artículo sobre cómo Occidente construye sus otros.
El chico de la guerra
Por Sergio Kiernan
Página 12, suplemento Radar, 23/3/08

Ishmael Beah era uno de los cientos de miles de niños que fueron convertidos en soldados y obligados a luchar en uno de los escenarios más brutales que vio la historia bélica contemporánea: el de las guerras civiles en Africa. Como tantos otros, fue criado en entrenamientos sanguinarios, obligado a torturar y matar, y testigo de atrocidades impensables. La diferencia es que él no sólo sobrevivió, sino que además fue rescatado y, pocos años después, escribió sus memorias. Ahora, Un largo camino (RBA) llega a las librerías argentinas.

Cuando éramos chicos –cuando alguien era chico– hubo algo llamado civilización. No era apenas hablar latín, tomar el té o esperar el turno sin colarse. Era, en realidad, algo que se había perdido a partir de agosto de 1939, a manos del tal Adolfo. Resulta que en la Primera Guerra Mundial, que estrenó eso de tener millones de muertos, el 90 por ciento de las bajas andaban de uniforme y uno en diez era civil. Para 1945 la proporción se había invertido a fuerza de masacres planificadas, revanchas masivas y bombardeos. Era la guerra total, las naciones movilizadas verticalmente, sin cuartel y sin nadie protegido.
Africa le agregó últimamente otra página a las barbaridades que siguieron a la guerra de Hitler. El nivel de caos de la franja ecuatorial del continente es difícil de explicar. Africa es donde se mató a medio millón de personas a machetazos en un Holocausto de cuatro meses. Es donde se reinventó la violación como estrategia de guerra. Y es donde se descubrió que los chicos son estupendos soldados, entre más chicos mejor.
Ishmael Beah es un caso rarísimo de un pibito que fue rescatado y luego educado, como para que pueda contar su historia. Su libro, Un largo camino, memorias de un niño soldado, cuenta la entropía animal de Sierra Leona y explica por qué un chico de trece años, como era él, es un militar ideal para este tipo de guerra, uno del que cabe lamentarse solamente que no tuviera diez años. Es que los chicos todavía no son morales y consideran normales las cosas más inverosímiles, como decía George Orwell. Para Ishmael, cortarle la garganta a sus prisioneros era una tarea alegre porque le valía el postre de un buen porro y porque alegraba a su teniente, un hombre joven que conocía a Shakespeare y era su único adulto cariñoso. El Pentágono mataría por tener tropas así.

El Primer Muerto

Mientras observábamos, salió un grupo de hombres vestidos con ropa de paisano de debajo de los matorrales. Agitaron las manos y salieron más combatientes. Algunos eran niños, tan jóvenes como nosotros. Se sentaron en fila, agitando las manos y planificando una estrategia. El teniente ordenó disparar un cohete, pero el jefe de los rebeldes lo oyó cuando salió de golpe por encima de la selva.
–¡Retirada! –ordenó a sus hombres.
La explosión de la granada sólo alcanzó a algunos de ellos, cuyos cuerpos destrozados volaron por los aires.
La explosión fue seguida de un intercambio de tiros por ambos bandos. Me quedé con el arma apuntando delante, incapaz de disparar. Tenía el índice entumecido. La selva me daba vueltas. Me sentía como si la tierra estuviera del revés y yo fuera a caer, así que me agarré al tronco de un árbol. No podía pensar, pero oía el sonido de las armas a lo lejos y los gritos de los que agonizaban dolorosamente. Había empezado a caer en la pesadilla. Un chorro de sangre me manchó la cara. En mi ensueño abrí la boca y la saboreé. La escupí y me sequé la cara, y vi al soldado de quien procedía. Le salía la sangre de los agujeros de bala como agua que corre hacia nuevos afluentes. Tenía los ojos muy abiertos; todavía sostenía el arma. Me quedé mirándolo cuando oí gritar a Josiah. Llamaba a su madre con la vocecita más penetrante y conmovedora que había oído en mi vida. Me vibró en la cabeza hasta el punto de que me sentí como si el cerebro se me hubiera soltado de raíz.
El sol reflejaba las puntas de las armas y las balas que silbaban hacia nosotros. Los cadáveres empezaban a amontonarse uno encima de otro cerca de una palmera baja, cuyas hojas chorreaban sangre. Busqué a Josiah con la mirada. Una granada le había levantado del suelo y lo había lanzado sobre un tronco caído. Agitó las piernas hasta que sus gritos fueron calmándose gradualmente. Había sangre por todas partes. Parecía como si las balas cayeran en la selva desde todos los ángulos. Me arrastré hasta él y le miré a los ojos. Tenía lágrimas y los labios le temblaban, pero no podía hablar. Mientras lo miraba, las lágrimas fueron sustituidas por sangre que tiñeron sus ojos marrones de rojo. Me cogió el hombro como si quisiera apoyarse e incorporarse. Pero a medio camino, dejó de moverse. Dejé de oír los tiros, y fue como si mi corazón se hubiera detenido y todo el mundo estuviera inmóvil. Le tapé los ojos con los dedos y lo erguí. Tenía la espalda hecha pedazos. Le dejé en el suelo y cogí mi arma. No me di cuenta de que me había levantado. Sentí que alguien me tiraba de la pierna. Era el cabo; decía algo que no llegué a entender. Movía la boca y parecía aterrorizado. Me tiró al suelo, y al caer sentí que el cerebro se me movía en el cráneo y que la sordera desaparecía.
–Al suelo –gritaba–. Dispara –dijo, alejándose de mí a rastras para recuperar su posición.
Mirando hacia donde estaba él, vi a Musa con la cabeza cubierta de sangre. Sus manos parecían demasiado relajadas. Me volví hacia el pantano, donde había tiradores corriendo, intentando cruzar. Llevaba la cara, las manos, la camisa y el arma cubiertas de sangre. Levanté el rifle y apreté el gatillo, y maté a un hombre. De repente, como si alguien estuviera disparando desde mi cabeza, todas las masacres que había presenciado desde el día en que nos afectó la guerra volvieron a mí. Cada vez que dejaba de disparar para cambiar el cargador y veía a mis dos amigos sin vida, apuntaba con furia el arma al pantano y mataba. Disparé a todo lo que se movía, hasta que nos ordenaron retirada por un cambio de estrategia.
Cogimos las armas y la munición de los cadáveres de mis amigos y los dejamos en la selva, que había cobrado vida propia, como si hubiera atrapado las almas que se habían separado de los difuntos. Nos agachamos y formamos otra emboscada a unos metros de distancia de nuestra posición inicial. De nuevo, esperamos. Yo estaba junto al cabo, que tenía los ojos más rojos de lo normal. El no me miró. Oímos pasos sobre la hierba seca y apuntamos inmediatamente. Un grupo de tiradores y niños salió de los matorrales, a gatas, y buscó cobijo detrás de los árboles. Al acercarse, abrimos fuego y abatimos a los de la primera fila. Al resto lo hicimos correr hacia el pantano, donde los perdimos. Allí, los cangrejos habían iniciado un festín con los ojos de los muertos. Extremidades y cráneos fracturados se esparcían por el lodo y el agua del pantano se había tornado sangre. Dimos vuelta a los cadáveres y les arrebatamos la munición y las armas.
No me daban miedo aquellos cuerpos sin vida. Los despreciaba y les daba patadas para darles la vuelta. Encontré un G3, munición y una pistola que se quedó el cabo. Me fijé en que la mayoría de tiradores y niños muertos llevaban muchas joyas al cuello y en las muñecas. Un niño, con los cabellos despeinados, empapados en sangre, llevaba una camiseta Tupac Shakur que decía: “Todos me miran”. Perdimos a algunos veteranos de nuestro bando y a mis amigos Musa y Josiah. Musa, el narrador, había muerto. Ya no quedaba nadie que nos contara historias y nos hiciera reír en momentos de necesidad. Y Josiah... tal vez si le hubiera dejado seguir durmiendo el primer día de instrucción, no habría ido al frente a morir.
(fragmento de Un Largo Camino)

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/subnotas/4519-745-2008-03-23.html

Imágenes de Africa: El horror, el horror (II)

Food for life: la fusión Naciones Unidas–Benetton
Por Francisca Hollmann y Magdalena Doyle

¿A qué nos referimos cuando hablamos de diferencias culturales? ¿Quiénes tiene el poder para definir cuáles son "los otros"? ¿Cómo caracterizan a esos "otros" quienes ejercen la hegemonía clasificatoria de los grupos y relaciones sociales? Estos interrogantes, que aun son centrales en buena parte de los debates antropológicos y filosóficos -y, por qué no, financieros- actuales, están en la base del presente artículo. Aquí proponemos, a partir del abordaje de la campaña "Food for life" -creada y difundida por la empresa Benetton el Programa Mundial de Alimentos (WFP) de Naciones Unidas-, una reflexión crítica sobre el modo en que, desde algunos centros de poder internacional, se están pensando las diferencias entre un "nosotros" cultura blanca occidental, y un "otro", el resto del mundo. Al mismo tiempo, teniendo en cuenta el peso que instituciones como UNESCO tienen en la legitimación de imaginarios sociales -esencialmente en lo referido a grupos poblacionales marginados-, resulta importante cotejar el discurso de esta campaña con aquellas declaraciones y convenciones en las cuales dicha institución señala cuál es el camino para una convivencia armoniosa entre culturas y grupos humanos diferentes........
El resto del interesante trabajo que analiza estas imágenes sobre Africa se puede leer en la nueva revista digital Alambre: Comunicación, Información, Cultura, editada por Aníbal Ford http://www.revistaalambre.com/Articulos/ArticuloMuestra.asp?Id=22

En la misma revista (por la cual felicitamos a Aníbal Ford desde estas páginas) pueden leer, entre otros trabajos interesantes, el artículo del antropólogo brasilero Gustavo Lins Ribeiro sobre la "globalización popular" y el de la antropóloga argentina Silvia Hirsch sobre los murales Tapieté en una comunidad de Salta.