lunes, 10 de diciembre de 2007

SEÑORES DE LA PLAYA


SEÑORES DE LA PLAYA / Entrecruzamientos

por Alejandro Frigerio


Para "Salvavidas" de Dany Barreto y Juan Batalla. Buenos Aires: Colección Arte Brujo. 2003


Las religiones africanas llegan a América con los esclavos traídos por portugueses y españoles. Príncipes, sacerdotes y sacerdotisas de orígenes diversos, adivinos, guerreros y músicos de renombre llenan, al igual que otros compatriotas menosilustres, las bodegas de los barcos negreros. En América, desposeídos de todo salvo de su memoria, su imaginación y su fe, reconstruyen sus antiguas religiones. Separadas las familias, desbaratados los linajes, alejados los compatriotas, las quehabían sido religiones basadas principalmente en el culto a un solo orixá, ancestro mítico de cada comunidad, se reconstruyen como devociones al conjunto de estas deidades que sobrevivieron al pasaje del Atlántico.

Según las nuevas formas religiosas que toman cuerpo en América, Dios, Olodumare crea el universo para luego desentenderse de él, dejándolo al cuidado de los orixás. Estas deidades intermedias son dueños y patrones de los distintos aspectos de lanaturaleza y de las actividades de los humanos. Colores, animales, partes del cuerpo, comidas, días de la semana, todo lo que existe pertenece a uno u otro orixá, configurándose así un sistema de clasificación del cosmos donde cada objeto, en virtudde sus características, será afín a una de estas deidades y no a otra. Y todo lo nuevoque va apareciendo en el mundo (inventos tecnológicos, nuevas actividades sociales, incluso enfermedades) puede ser -debe ser- inserto en este esquema.

Entre los orixás y los hombres se encuentra Exú, el orixá más misterioso, temido y necesario de todos. El mensajero, a quien siempre se le entregan las primeras ofrendas y sin cuyos buenos oficios los puentes entre los hombres y los orixás noexistirían. Exú, el señor de la dinámica, es el primero creado por Olodumare. También entre los orixás y los hombres existe Orunmilá, señor de la adivinación, quien, por haber estado presente cuando Olodumare creó el universo, conoce los secretos y elporvenir de todos los seres.

En América, los esclavos conocen a los santos católicos, hombres y mujeres con características y poderes especiales; con dominio, también, sobre determinadas actividades humanas. Cuentan las leyendas que luego construimos como historia queentonces también los orixás conocen a los santos y con ellos se identifican. En los distintos países de América a los cuales los esclavos contribuyeron con su trabajo, con su sangre, con su cultura, con sus genes y también con su religión, se forman distintasvariantes religiosas afroamericanas a medida que sus creencias se mezclan con el catolicismo, con el espiritismo y con las religiones indígenas. Así nacen la santería y el palo monte cubanos, el vodoun haitiano, el batuque, el candomblé y la umbandabrasileñas, entre otras variantes. A través de sus rituales y fiestas continúa la comunicación entre los hombres y los orixás que se había interrumpido con el pasaje del Atlántico.Con la gracia de Exú se reestablecen los puentes: la adivinación vuelve a indicar las ofrendas necesarias; los hombres, a sacrificar animales y a ofrecer comidas rituales para devolver el axé, la fuerza espiritual, a los orixás. Éstos volverán a ayudarlos en sus miserias cotidianas, y periódicamente penetrarán los cuerpos de sus devotos en las ceremonias religiosas realizadas en su honor. Los mitos continuarán contando sus hazañas, sus amores y sus odios que se verán reflejados en las vidas cotidianas desus hijos en la Tierra. Estos resultarán propensos a los mismos amores, pasiones, odios, conflictos, arrebatos, virtudes y debilidades temperamentales que sus padres espirituales en el orún, el plano inmaterial que los orixás habitan.

El paso del tiempo introducirá algunas modificaciones: en nuestros días ya no hay esclavos y las religiones dejaron de ser el patrimonio exclusivo –si alguna vez lo fueron– de sus descendientes más directos. Ahora blancos, semiblancos y no blancos rezan las antiguas oraciones en nagó, en lukumí, en alguna lengua congo. También otras más nuevas en portugués o en español. Hombres y mujeres bailan y recibenespíritus y deidades de orígenes africanos más remotos o más cercanos: orichas, loas, orixás, voduns, guías espirituales, exús y pombas giras. Pobres, no tan pobres y hasta ricos les dejan ofrendas desde el río Hudson hasta el Río de la Plata, en el mar Caribe, en el Atlántico y en el Pacífico. Estatuas de Yemanjá adornan las ciudades de la costa atlántica desde San Luis de Maranhão hasta Montevideo –y quizás un día se erija una en Buenos Aires, para contemplar las ofrendas que ya le dejan sus numerosos devotos locales–. Los mitos de los orixás se cuentan en templos de piso de tierra y techo depaja en Bahía o de cerámica y lujosas maderas en San Pablo; en piezas atestadas en caserones derruidos de La Habana vieja; en antiguos conventillos de Montevideo; en casas-templo de clase media en Porto Alegre o Buenos Aires; en sótanos dedepartamentos del Bronx o de Nueva York. Las viejas historias circulan de padrino a ahijado en vetustas libretas manuscritas, se imprimen en revistas; se reproducen en forma bilingüe en tesis académicas y en libros vendidos en santerías y botánicas;circulan en Internet; se representan en teatros, se graban en videos y se emiten por canales de televisión.

Exú, el mensajero, el señor del falo en África, el trickster, el indomable que puede hacer el bien o el mal y a quien las ofrendas agradan pero puede llevarlas o dejarlas, el más irascible e inmanejable de los orixás, el que puede venir como niño o como viejo, con un lado blanco o rojo y otro negro, señor de las ambivalencias y duplicidades, no encuentra en América un santo católico a su medida. Su forma y su figura local, por lo tanto, adquirirá cuernos y cola, un tridente, quizás una mueca sarcástica. Sólo un ángelcaído desde lo más alto a lo más bajo, criatura divina y luego diabólica, puede intentar comenzar a dar cuenta en el imaginario americano del cruce de opuestos, de la complejidad del mensajero africano. Exú, Elegua, el intermediario, encuentra a la vezsu contraparte más americana en los centenares de espíritus de borrachos, compadritos, jugadores compulsivos, cafishos, que poseen a los médiums –brasileños, uruguayos y argentinos– en las ceremonias semanales de Kimbanda, la última creaciónde la imaginación religiosa afroamericana. Con lujosas ropas negras y rojas, o blancas y negras, los devotos devienen espíritus que llegan desde el averno o de una dimensión espiritual cercana a la nuestra –que puede ser lo mismo–. Conversananimadamente entre sí, bailan frenéticamente ante los tambores o conversan y se ríen con (de) aquellos que se acercan a pedirles por sus penas de amor y dinero.

Las pinturas de BA-BA resumen y condensan este universo mítico. Realizadas con materiales orgánicos recolectados por ellos en uno de los dominios naturales más significativos dentro de las religiones afroamericanas: la playa, el límite entre nuestromundo y el de las aguas. Aguas que dan la vida y que, igualmente, pueden dar la muerte: agua salada de Yemanjá, agua dulce de Oxum o lama profunda de Naná.Expresión novedosa de antiguos mitos, cada obra encierra un microcosmos en el cual la imagen, los materiales, las proporciones y los colores nos informan sobre la fuerza ígnea de Xangó, la bravura desmesurada de Ogun, la femineidad peligrosa deYemanjá, la calma venturosa de Obatalá o la fertilidad insinuante de Oxum.

De manera voluntaria o no, la muestra reivindica conceptualmente –casi ritualmente– varios de los principios básicos del imaginario religioso afroamericano: la necesidad básica de los elementos naturales, la correspondencia mítica que se establece entre ellos, la sacralidad de los lugares donde se exhiben y la potencia de la performance que los acompaña (en los cantos rituales y los tambores que abren las exhibiciones, o , en la intervención en la playa, que los dinamiza). Los lugares donde ha sido exhibidason a la vez fuente y expresión de axé, de fuerza espiritual. Una galería cercana a los antiguos conventillos de negros montevideanos; otra frente a una bahía de la costa uruguaya (de cara a África); una antigua herrería (¿podría haber un dominio que mejor exprese a Ogun?); la playa y, finalmente –completando el circulo de circulación del axé– el propio mar del cual emergieron los objetos que la constituyen.

Exú, el intermediario, se convierte por su omnipresencia en el eje temático y soporte de la exhibición. No podría ser de otra manera, en una muestra radicalmente liminar, que traspone espacios con seriedad, con ironía y con total desparpajo; que se asienta en la encrucijada entre el arte erudito y el popular, el arte secular y el religioso; que se ríe de las demarcaciones raciales; que subvierte las barreras de clase; que reproduce y respeta la tradición al expresarla con una estética absolutamente original.